Ángeles hípsters: mujeres de la generación Beat
Sí, también hubo escritoras y poetas en la pandilla liderada por Allen Ginsberg, Jack Kerouac y William Burroughs, aunque su participación siempre se haya visto opacada por los bemoles de un conjunto de obras que parecía levantarse ante todas las convenciones (excepto ante los roles de género).
¿Y las poetas beatniks? ¿Dónde están? ¿Qué escribieron? Son preguntas que jamás me hice cuando leí las obras capitales de mis héroes, los escritores de la generación Beat. Me bastaba con que Allen Ginsberg, su más importante poeta, hubiera experimentado con drogas y fuera abiertamente homosexual en una época en la que eso te condenaba al ostracismo o al manicomio. Que William Burroughs, heroinómano, gurú del underground de Lou Reed a Kurt Cobain, también homosexual, hubiera escrito Naked Lunch narcotizado. O que Jack Kerouac, bohemio trashumante, con un sex-appeal a lo Robert Mitchum, tuviera facilidad para conquistar mujeres, pero se derritiera cuando se cruzaba con Neal Cassady, el amor de su vida, a quien llamó Dean Moriarty en On the Road, la “Biblia Beat”.
En otras palabras, que la sagrada trinidad de la contracultura estadounidense nunca tuvo mucho interés por las mujeres, cuando no se trataba de sus madres o de sus amantes. De hecho, solían menospreciarlas bastante. De eso puede dar fe Carolyn Cassady, la sufrida esposa de Neal, quien no solo tenía que soportar las argucias y los desplantes del marido mientras intentaba constituir una familia, sino también las de sus amigos, que más de una vez intentaron meterse en sus sábanas: ella tuvo una relación furtiva con Kerouac y, cierta vez, encontró a Ginsberg en la cama con su marido. Pero la humillación no terminaría ahí.
Años más tarde, el cortometraje Beat Pull My Daisy, dirigido por Robert Frank y Alfred Leslie sobre un guion de Kerouac, ridiculizó a Carolyn como una ama de casa frustrada que intentaba invitar a un sacerdote a cenar, cuando los amigos bohemios del marido llegaban para arruinar la velada.
La venganza de Carolyn llegaría muchos años más tarde, con la publicación de sus memorias (Off the Road: My Years with Cassady, Kerouac, and Ginsberg) en donde muestra una perspectiva muy distinta de la que podemos encontrar en las ficciones poéticas y noveladas escritas por ellos mismos.
Estaban ahí, yo las conocí
Si bien a Carolyn Cassady se le asocia al movimiento, claramente ella no fue parte de esa bohemia. Es más, podríamos decir que ella encarnaba a todo lo que la vanguardia Beat se oponía: la institución familiar, el american way of life, la heteronormatividad. Sin embargo, sí hubo mujeres entre ellos. El gran poeta Beat Gregory Corso lo explicó mejor que nadie en su momento: “Hubo mujeres, estaban allí, yo las conocí. Sus familias las encerraron en manicomios, las sometieron a tratamientos con electroshock. En los años cincuenta, si eras hombre podías ser un rebelde, pero si eras mujer tu familia te encerraba. Hubo casos, yo las conocí. Algún día alguien escribirá sobre ellas”.
En efecto, en la generación de la segunda postguerra el destino de las mujeres parecía más bien trágico. Ajenas a las formas y convenciones de su época, las compañeras de los escritores y poetas Beat estuvieron marcadas por la desgracia. Hagamos un breve repaso: Joan Vollmer, asesinada de un balazo por su esposo, William Burroughs, mientras jugaban a Guillermo Tell con una escopeta y un vaso de ginebra en México; Joan Haverty, la segunda esposa de Kerouac, abandonada a su suerte estando encinta de su hija Jan, con quien el escritor nunca quiso tener ningún tipo de relación; Elise Cowen, la novia y amiga de Ginsberg, se arrojó del sétimo piso de un edificio en Manhattan. Y la lista continúa…
Diane di Prima, sin embargo, tendría un destino diferente. Siendo joven se involucró en la escena bohemia del Greenwich Village y en 1958 publicó su primer libro, This Kind of Bird Flies Backward, con prólogo del poeta y editor Lawrence Ferlinghetti, quien dos años antes había editado Howl & Other Poems, la obra fundacional de Ginsberg. Por esos años, di Prima empezó a imprimir, junto a su entonces pareja el poeta LeRoi Jones, el boletín literario y contracultural The Floating Bear, por el que fue acusada de obscenidad y perseguida por el FBI. Tal vez por eso Maurice Girodias, el mítico editor de Olympia Press, quien editara Lolita de Vladimir Nabokov y Naked Lunch, la convocó para que escriba Memoirs of a Beatnik, el relato autobiográfico y erótico de sus años en Nueva York, siendo una joven poeta en ciernes.
Este último título resultó ser un manifiesto feminista en plena revolución sexual, un libro de culto desde su publicación en 1969. A través de sus memorias sexuales, di Prima ofrece una visión fresca de lo que fue la gran ciudad en la década de 1950, en plena ebullición beatnik: “Nos pasamos la tarde follando en la cama matrimonial inundada por la luz del sol. Todo lo que el piso había significado, la magia de la amistad, el sentimiento de aventura, todo flotaba a nuestro alrededor en el aire polvoriento de la tarde. La vida nunca me había parecido más sencilla ni agradable, nunca tan repleta de amor y libertad esencial como durante aquel día, aunque sabía que le estaba diciendo adiós a todo eso”.
Con el tiempo, di Prima se mudó a San Francisco, a la Costa Oeste, epicentro de la revolución de los años sesenta. Participó en marchas y protestas contra la guerra de Vietnam y hacia finales de la década se unió a la comunidad hippie del barrio de Haight-Ashbury, a los llamados Diggers, famoso proyecto comunitario y ecologista que proponía abolir el dinero. De ahí sus Revolutionary Letters, poemas anarquistas, de fuerte impronta ecológica, una suerte de manual de actividad contracultural. Más adelante firmaría Loba, su más ambicioso proyecto poético, al que le dedicó años de años, siendo considerado el equivalente femenino de Howl, un largo poema con claras referencias a la mitología nativa norteamericana.
Musas que no querían serlo
Pero el caso de di Prima, como ya se mencionó líneas arriba, termina siendo la excepción que confirma la regla. Poco les interesaba a los escritores Beat la figura femenina, pero al mismo tiempo necesitaban de “musas” para poder crear. Ginsberg tuvo a Carl Salomon, a quien conoció en el manicomio; Burroughs, al carterista y drogadicto Herbet Huncke; en el caso de Kerouac, se sabe que Cassady lo inspiró a escribir su obra cumbre On the Road. Dentro de esa camarilla de hombres fascinados por ellos mismos, encontramos a una sola mujer. Una mujer, además, afroamericana y de ascendencia cherokee.
Nos referimos a Alene Lee, musa de Kerouac en The Subterraneans, novela breve inspirada en la bohemia del Greenwich Village de la época. Una joven que solía frecuentar los mismos lugares que los escritores Beat, bares de donde emanaba el jazz. Esa pequeña muchacha era considerada entonces la definición de lo “cool”: petisa, de cara redonda, pañuelo en el cabello y ropas andróginas que cautivó a Kerouac casi de inmediato. Así lo relata en su novela, en la que él recibe el nombre de Leo Percepied y ella es Mardou Fox. Por casi cincuenta años, Alene Lee fue una completa interrogante para los entusiastas de la generación Beat. Apenas una foto borrosa en libros y búsquedas por internet, como si la amante afroamericana de Kerouac hubiera desaparecido o se la hubiera tragado la tierra.
Sabíamos que había vivido en Manhattan, en Lower East Side, donde vivió Allen Ginsberg, y que, en 1953, cuando William Burroughs regresó de sus expediciones a Sudamérica en busca de ayahuasca, a ella le pagaron por mecanografiar ese libro que se perdió y que debió de llevar por nombre In Search of Yage. Fue por esa misma época que tuvo un idilio con Kerouac, interminables noches de alcohol y drogas que terminarían plasmadas en esa novela corta y caótica, también misógina y racista, alegoría a la tristeza alcohólica y contemplación catatónica del exotismo y la sexualidad de la mujer que un treintañero Jack Kerouac, hijo de católicos francocanadienses, observaba con admiración y espanto.
La historia de Alene Lee podría resumir, en buena cuenta, el devenir de las mujeres de la generación Beat: valientes y decididas contra el mundo, pagaron caro su afrenta. La publicación de la novela de Kerouac, en 1957, arruinó la vida de la muchacha, a quien continuamente buscaban para recrear la experiencia del famoso escritor. Ella había quedado asqueada del retrato que hiciera Kerouac en su Mardou Fox. A inicios de la década de 1960, ella y su única hija se mudaron a casa de Lucien Carr, uno de los Beat primigenios, un hombre borracho y violento con quien convivieron por más de una década. Lee fallecería en 1991, sin poder haber dado su versión de los hechos. Por suerte, nos queda el testimonio de su única hija, Christina Mitchell Diamente, quien ha publicado un ensayo, Walking With The Barefoot Beat: Alene Lee, y anuncia un trabajo de largo aliento sobre su madre más allá de la mitología Beat.
Comments