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Una celebración por el bicentenario: unión y representación




Las guerras siempre son más atractivas que los actos protocolares, y es por eso que hay más feriados dedicados a la conmemoración de batallas y rebeliones que a las tantas ceremonias y formalidades a las que los padres de la patria también dedicaron su tiempo y su energía. Si le echamos un ojo al pasado, la estrategia militar de alguno de nuestros héroes nos parece más interesante que los malabares diplomáticos y los problemas internos que San Martín y Bolívar tenían que resolver día a día.


No obstante, este tipo de habilidades burocráticas también tienen un lugar en nuestra memoria, pues siempre significan un tipo de acuerdo o de pacto, sea con el propio bando o con el adversario. Allí se encuentra la proclamación de la independencia del Perú (1821) o la capitulación de Ayacucho (1824), que marcaron el fin de una etapa y el inicio de otra. Su importancia para la historia fue tal que ambas circunstancias fueron posteriormente plasmadas en dos óleos todavía hoy muy populares. 


De acuerdos y no solo de discordias está hecha la historia y esta premisa es necesaria para poder tener una perspectiva comprensiva sobre ella. Mucho más cuando estamos acostumbrados, como ahora, a los juicios prácticos y rápidos, sin detenernos un poco más en las motivaciones o los propósitos de cada situación. La historia de la Independencia no se resume en las dos fechas mencionadas, como a veces parece, sino en un largo proceso que comenzó décadas antes y terminó otras muchas décadas después. Doscientos años después, ya contamos con más información para conocer mejor los acontecimientos que fijaron el comienzo de la sociedad hispanoamericana y con mayores espacios para discutir y reflexionar sobre las consecuencias de estos cambios. 


Aquí queremos resaltar dos conceptos que circularon entonces y que todavía nos parecen vigentes: el de la unión y el de la representación. La unión americana presuponía la creación de un gran estado confederado que pudiera unir fuerzas para iniciar el camino republicano y reunir el poder suficiente para contrapesar la influencia de las viejas potencias. La idea no quedó en el papel y varios países colaboraron para implementarla de manera oficial o extraoficial.


También circuló mucha literatura que ayudó mucho a difundir la doctrina a un público mayor, como se puede observar en el himno argentino es un ejemplo de ello: “¿No los veis sobre México y Quito/ arrojarse con saña tenaz/ y cuál lloran, bañados en sangre,/ Potosí, Cochabamba y La Paz?” Para los patriotas del sur, la independencia respondía a un sentimiento continental, y no solo a nivel geográfico, sino también temporal. En otra de sus estrofas también alcanzamos a leer que la revolución libertaria perturba al mismo Inca, en cuyos huesos “revive el ardor” y despierta en sus hijos (los americanos independientes) el anhelo por “el antiguo esplendor”. Todos los países americanos compartían un mismo pasado y buscaban un mismo futuro. 


El concepto de representación es más abstracto, pero no menos relevante. La independencia de un país no servía de nada si es que no recibía el reconocimiento de sus pares, y esto fue lo primero que buscaron las naciones luego de declarar su territorio libre y soberano.


La historia de los reconocimientos oficiales es mucho menos conocida, pero refleja la necesidad de los países por distinguirse ante los demás. En el fondo, de ser valorados en su diferencia y su singularidad. Poco a poco, los nuevos estados americanos empezaron con una intensa campaña por obtenerlos, primero de sus vecinos, luego de los más poderosos, y, con mayor razón, de España (en el caso del Perú, recién se obtuvo en 1865). 


Es cierto que el sueño de la unión no llegó a concretarse en un proyecto más sólido y duradero, pero puede tomarse como un ideal en el que no se debe dejar de pensar en tiempos en los que la comunidad americana a veces parece estar en crisis. Si alguna vez se pensó en tal posibilidad se debió al hecho de en ese momento existían y todavía existen puntos en común. Por otro lado, hoy también hay que recalcar la importancia de la representación como señal de identidad y de representación política.


Tal vez ya no se trata tanto de luchar por una representación hacia afuera, como se buscaba antes, pero sí a nivel doméstico: una sociedad solidaria que pueda ofrecer a sus ciudadanos espacios para que sus necesidades sean escuchadas y atendidas.




Este y otros temas se vienen desarrollando en el Coloquio “Visiones del Bicentenario: arte, poesía e historia”, un evento organizado por la UARM, que cuenta con la participación de varios especialistas en la materia (fechas aún disponibles 6 y 8 de noviembre). 




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