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San Marcos y el terruqueo




Un estudiante de Historia se pregunta: ¿qué postura tomar ante el caso Perseo? A partir de su experiencia en San Marcos, el autor cuestiona el uso de deslindes que terminan dividiendo y reforzando prácticas de "terruqueo" en sectores tanto de derecha como de izquierda.


Dentro del sector democrático de los estudiantes, somos bastante conscientes de la criminalización y persecución que se ejerce por motivos de ideas políticas. Ya sea un comentario mínimo pero provocador o una denuncia televisada, estos actos han marcado la vida de muchos compañeros y compañeras que se movilizan por causas justas y que, ante los ojos de sectores reaccionarios, se convierten en motivos para una cacería encarnizada.


Frente a esto, la solidaridad se expresa y nos permite cohesionarnos ante un enemigo común. Sin embargo, considero que en varios momentos se ha usado un mecanismo equivocado para fomentar esa solidaridad, aunque a primera vista parezca lógico y hasta correcto.


Un caso reciente ilustra esto: Jan Lust, académico terruqueado en las universidades donde trabajaba, fue víctima de este tipo de ataques. Ante ello, muchos expresaron su enojo e indignación de que se le vincule con actos terroristas. La primera reacción suele ser la misma: deslindar y desmentir, calificando estas acusaciones de “insultos” o de “inconcebibles”, seguido del comentario de que “los verdaderos terroristas son otros”. Este tipo de respuesta, que casi todos hemos usado en algún momento, plantea un problema de fondo: ¿quiénes son esos "otros" que se señala como los verdaderos “terroristas”? La respuesta de muchos: “pues, los del Movadef, ellos sí son terrucos”.


El uso de este tipo de deslinde, en mi opinión, trae más consecuencias negativas que positivas. El terruqueo no se limita a cuando alguien de derecha nos llama terroristas; de hecho, sectores de la “izquierda” también lo emplean para etiquetar a ciertos grupos y organizaciones de manera similar. En esta lógica, personajes tan distintos como José Cueto, Alberto de Belaúnde o Rolando Breña coinciden en cerrar filas contra los “totalitarios”.


Frente a esta situación, considero esencial que los sectores democráticos, especialmente aquellos que buscan una transformación social, eviten recurrir a estas prácticas. Al hacer este tipo de deslindes, terminamos atacando a un grupo con el que quizá no coincidamos plenamente, pero que no es lo que se le suele adjudicar. Movadef, ante todo, es una organización política que no está integrada exclusivamente por exmiembros del PCP-SL; también incluye a madres de familia, estudiantes, obreros, artistas y personas que, ya sea por afinidad con sus reivindicaciones o por relaciones personales con algunos militantes senderistas, han decidido participar.


Muchos de estos integrantes han sufrido persecución, cárcel, estigmatización, cancelaciones públicas y humillaciones, en muchos casos simplemente por asumir una posición política que plantea una visión distinta sobre el conflicto armado interno, un tema aún en debate y estudio. Aunque su discurso o la falta de autocrítica hacia la violencia de ese periodo puede resultar chocante para muchos, no deberíamos caer en la misma lógica de los sectores conservadores, sean de derecha o izquierda.


Tal vez, muchos rechazan el terruqueo no tanto por la práctica en sí, sino por a quién se le aplica. El caso de Movadef es el más conocido, aunque no el único, y refleja prejuicios que aún albergamos. Invito a quienes sostienen estas posiciones a cuestionarlas, no para celebrar a un grupo político específico, sino para comprender qué significa realmente una lucha eficaz contra los auténticos enemigos del pueblo, en la que ya hemos tomado una posición clara.


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