Rumores tupacamaristas (noviembre de 1780-febrero de 1781)
El antiguo dicho de que “a las palabras se las lleva el viento” podría hoy muy bien aplicarse a las fugaces comunicaciones que se intercambian, febril y espasmódicamente, a través de las mal llamadas “redes sociales”. Es mediante la escritura —en un soporte antaño de papel, hogaño electrónico-digital—, que pueden efectivamente preservarse tales pensamientos y mensajes. Y uno de los mensajes que con más frecuencia se intercambian entre las personas es el de cierto tipo información de la que no se tiene completa certeza, pero igual se comparte, sin esperar la confirmación completa de su veracidad. Estos son, por supuesto, los rumores.
A los historiadores les interesa toda información que permita recuperar la experiencia vivida en el pasado, incluso los rumores, por más falsos que estos hayan podido ser. En base a las reflexiones metodológicas del gran historiador francés Marc Bloch [n.1886-m.1944], nuestro colega Javier Flores Espinoza ha escrito: “Rumores y bulos, nos dice Bloch constituyen un error —un testimonio imperfecto— que se propaga al encontrar un caldo de cultivo adecuado a través del cual se expresan los grandes estados de ánimo. Los bulos son, además, un reflejo de la «conciencia colectiva» que «nace[n] siempre como consecuencia de representaciones colectivas preexistentes a su propio nacimiento», lo que asegura su difusión precisamente porque esto los hace verosímiles”.
En otras palabras, son datos falsos, carentes de verdad, pero que, en un primer momento, llenan la necesidad de conocer y de tratar de entender, aunque de manera inadecuada. Al parecer explicaciones creíbles, porque confirman parcialmente lo que se cree saber, o expresan esperanzas o miedos compartidos, se difunden ampliamente, hasta ser desmentidos y/o corregidos por nuevo datos de la realidad. Su importancia reside en que influyen en la toma de decisiones de las personas, lo que a veces puede llegar a tener consecuencias considerables. Aquí se presentarán cuatro casos de rumores sobre el avance de la Gran Rebelión de los Túpac Amaru en el Sur Andino, que se han preservado en cartas escritas en las ciudades del Cuzco, Arequipa y La Paz en los años 1780 y 1781.
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El sábado 18 de noviembre 1780 se produjo en Sangarará la completa derrota del ejército colonial organizado por las autoridades de la ciudad del Cuzco en contra del rebelde Túpac Amaru. La noticia corrió como reguero de pólvora, sembrando el temor entre la población del Sur Andino. Contamos con dos cartas escritas en la semana siguiente de este suceso por el cura de Urcos, el doctor Pedro Mariano de Santisteban y Cano, dirigidas al obispo del Cuzco, Manuel de Moscoso y Peralta.
Desde su parroquia de Urcos, el martes 21 de noviembre, el cura Santisteban describe la batalla de Sangarará, a partir de relatos de desertores y sobrevivientes del combate, indicando antes que: “Después de una prolija expugnación de las novedades [= noticias], que traen los que vienen de arriba y de haberles depurado de cuanto tienen de inconciliable y quimérico, vengo a descubrir las verdades que voy a proponer, por lo que pueda importar a la inteligencia [= entendimiento, comprensión] de aquel público”, es decir, de las autoridades en el Cuzco (CDBRETA, tomo 1, p.114).
Al día siguiente, miércoles 22, pero ahora desde Andahuaylillas (más cerca del Cuzco), escribe que ha hablado con un “mozo” que estuvo preso en Tungasuca y que lleva un mensaje de Túpac Amaru para el obispo. Este joven le ha informado que el jefe rebelde “pretende entrar al Cuzco” y “que son sesenta mil hombres con los que ha de acometer”. Además, dice: “que ayer le llegaron [a Túpac Amaru] indios de Lampa y de Azángaro con noticias de que ambos corregidores quedaban apresados” (CDBRETA, tomo 1, p.123). Esto último, en realidad, no sucedió, ni entonces ni después, durante la rebelión.
El obispo le respondió al párroco diciendo: “me participa las especies [= afirmaciones] que le ha referido el mozo emisario del cacique rebelde, José Tupa Amaro […] esta noticia, que inmediatamente pasé a la Junta de Guerra para que le sirva de gobierno su contexto [= su contenido], si bien que lo mas de ella se cree falso”. Pese al escepticismo, le ordena: “Vuesa Merced no deje de repetirme estos oportunos avisos, procurando depurarlos en lo posible de especies falsas, que en el tiempo presente son más frecuentes” (CDBRETA, tomo 1, p.124). Aquí las autoridades coloniales se muestran oficialmente incrédulas sobre buena parte de la información proporcionada, esperando noticias más concretas en el futuro.
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En la primera mitad de diciembre de 1780 el jefe rebelde realizó personalmente una incursión en el Altiplano, en busca de reclutas y de recursos en apoyo de su plan de ocupar el Cuzco. Su presencia causó pánico entre los corregidores y las milicias provinciales de Carabaya, Lampa, Azángaro, Paucarcolla (Puno) y Chucuito, que se desbandaron y huyeron hacia Arequipa. Túpac Amaru entró en el pueblo de Azángaro el miércoles 13 de diciembre de 1780. Tres semanas después, el jueves 4 de enero de 1781, se registraron en Arequipa los siguientes rumores.
“Algunos que últimamente han llegado fugitivos de la provincia de Azángaro, aseguran, que cuando entró el rebelde en dicha provincia, traía a su lado cuatro hombres enmascarados, los que no trataban con ninguno, y esta noticia se ha repetido, y conviene [= concuerda] con la que dió Zavala”. Es decir, múltiples personas estaban repitiendo de oídas datos confusos y misteriosos sobre este acontecimiento. Otra información se refería al séquito y a la persona del líder rebelde.
Sobre su aspecto, se decía: “Túpac-Amaru iba en un caballo blanco, con aderezo bordado de realce, su par de trabucos naranjeros, pistolas y espada, vestido azul de terciopelo, galoneado de oro, su cabriolé en la misma forma, de grana, y un galon de oro ceñido en la frente, su sombrero de tres vientos, y encima del vestido su camiseta, ó ‘unco’ […], sin mangas, ricamente bordado, y en el cuello una cadena de oro, y en ella pendiente un sol del mismo metal, insignias de los príncipes, sus antepasados”. Esta descripción se considera hoy básicamente veraz.
Sobre sus acompañantes, dicen que: “El ejército era muy considerable, y fuera de la infantería, llevaba sobre mil hombres de caballería, españoles y mestizos, con fusiles, y al lado izquierdo y derecho de Túpac-Amaru iban dos hombres rubios y de buen aspecto, que le parecieron ingleses” (Ángelis 1836, p.11). La presencia de criollos y mestizos en el ejército tupacamarista la confirman muchos otros documentos, aunque quizás el número de armas y personas que se indican aquí sea algo exagerado. Los ingleses del cuento nunca estuvieron allí, pero tal mención expresa el miedo de una alianza con el enemigo con el que España estaba realmente en guerra desde 1779 (y seguiría estándolo hasta 1783).
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La ciudad del Cuzco fue efectivamente sitiada por las fuerzas de Túpac Amaru en los primeros días de enero de 1781. El comandante de las tropas llegadas desde Lima, Gabriel de Avilés, escribió el domingo 7 de enero una nota con instrucciones para Mateo Pumacahua, cacique de Chinchero y activo participante en la defensa contra los rebeldes. En esa nota, Avilés escribió esperanzado: “el Cacique Chuquiguanca viene con doce mil indios destrozando todos los pueblos alzados de Tinta y ha quemado a Tungasuca según me lo aseguran por muchas partes” (CDIP, tomo III, vol.8, p.483).
El visitador general José Antonio de Areche, en camino desde Lima al Cuzco, escribió entusiasmado al obispo Moscoso lo que le habían informado desde Abancay: “me hallo con la noticia, de que […] habían batido y puesto en fuga a el rebelde los indios del pueblo de Anta y Chincheros, auxiliados de cuatro mil más, a las órdenes del noble y valeroso Cacique de Azángaro, Chuquiguanca, seis mil de Paruro y la tropa que salió de esa ciudad, haciéndole dejar en el campo un cañón y la toldería, asegurándomela de modo que creen esté a estas horas prisionero o muerto” (CDBRETA, tomo 1, p.241).
El viernes 2 de febrero, el obispo respondió al visitador: “La refriega que se tuvo con el indio cuando llegó su atrevimiento a tocar en esta ciudad, no fue como se la describieron a Vuestra Señoría Ilustrísima de Abancay”. Y le explica que: “también corrió aqui, que venía de Azángaro al auxilio el Cacique Chuquiguanca, [pero] fue igualmente falsa la noticia” (CDBRETA, tomo 1, p.243). Es decir que el cacique don Diego Choquehuanca nunca estuvo ni remotamente en Tinta, Tungasuca o el Cuzco, pues desde diciembre había buscado refugio en Arequipa.
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La incomunicación entre las ciudades surandinas, ocasionada por la rebelión y la paralización del sistema de correos, daba origen a todo tipo de suposiciones sin sustento. Así lo expresan con total honestidad unos corresponsales anónimos que escriben desde la ciudad de La Paz, el viernes 12 de enero de 1781, sobre la incursión de Túpac Amaru al Altiplano puneño de diciembre anterior: “no tenemos nada que referir de su viaje [después de regresar a Tinta desde Azángaro] porque absolutamente nada sabemos con fundamento de sus marchas […] no hablamos sino por congetura” (Aparicio 1983, pp.231,232).
En esta carta, enviada a la ciudad de La Plata o Chuquisaca, refieren: “en el dia le suponemos [a Túpac Amaru] en el mobimiento de atacar d[ic]ha ciudad [del Cuzco] á pesar de las noticias bolantes de haver salido nuebamente sus vecinos [las milicias cuzqueñas] y haber hecho grande ruina en los Indios que serbian de Escolta a su Muger que la imaginan presa, y ahorcada por aquellos, pero los deseos son sin duda autores de esta nobedad que no se ha fabricado sino en estos lados [en La Paz], porque del Cuzco no pasan [mensajeros ni noticias] para acá” (Aparicio 1983, p.232).
Un contraataque de las milicias cuzqueñas, que lograra la captura y ejecución de Micaela Bastidas Puyucahua, no es más que una afiebrada invención de los temerosos habitantes paceños, que no tenían la menor idea del papel central --como organizadora en la retaguardia rebelde--, jugado por la esposa de José Gabriel Túpac Amaru.
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Estos ejemplos nos muestran algunos de los rumores que circularon en el Sur Andino en los cuatro primeros meses de la rebelión. Las cifras con el supuesto número de rebeldes (60,000 dice el cura de Urcos, o los 1,000 hombres a caballo en Azángaro, según se afirmaba en Arequipa), o de las fuerzas indígenas fieles al Rey del cacique Choquehuanca (Avilés dice que le han dicho 12,000 y Areche que le han escrito eran 4,000), son todas cuestionables, evidentemente exageradas y falsas. Surgieron del miedo, o de una angustiada esperanza.
Del mismo modo, la idea de que un contraataque de milicias cuzqueñas ha derrotado a Túpac Amaru, como le han escrito al visitador Areche, o que Micaela Bastidas ha salido en campaña y la han capturado, como se dice en La Paz, y que ambos ya estarían muertos, son rumores completamente infundados en enero y febrero de 1781. Pero ambos expresan el profundo temor, así como el odio visceral, que los lideres rebeldes han generado en las élites surandinas, y que estas cartas registran.
Pero en medio del caos y la desorientación, resalta la postura racional y escéptica del obispo Moscoso (“especies falsas, que en el tiempo presente son más frecuentes”) y de los anónimos corresponsales de La Paz (“no hablamos sino por congetura”). Sin embargo, ¿cuántas veces en la historia --y en el pasado más reciente--, los rumores no habrán contribuido a desorientar a las gentes y hacerlas actuar de modo irracional, al exteriorizar sus profundos e inconfesados miedos y temores?
Referencias
Marc Bloch [1886-1944], ‘Historia e historiadores’ [1995] (Madrid: Akal Ediciones, 1999).
Javier Flores Espinoza, “No hubo justicia: Lima, 1666, la rebelión que no fue. Temores virreinales y lecturas historiográficas” (Tesis de maestría, PUCP, 2016).
Pedro de Ángelis [1784-1859], ed., ‘Documentos para la historia de la sublevación de José Gabriel Tupac-Amaru, cacique de la provincia de Tinta, en el Perú’ (Buenos Aires: Impr. del Estado, 1836).
CDIP: ‘Colección Documental de la Independencia del Perú’ (1971-1976).
CDBRETA: ‘Colección Documental del Bicentenario de la Rebelión Emancipadora de Túpac Amaru’ (1980-1981).
Mons. Severo Aparicio Quispe, O. de M., en: Comité Arquidiocesano para el Bicentenario de Túpac Amaru, ‘Túpac Amaru y la Iglesia: Antología’ (Lima: Banco de los Andes, Edubanco, 1983).
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