Patricia Wiesse: “En la alfombra roja las personas se disfrazan, dejan de ser ellas mismas”
Después de muchos años de estar al lado, frente a nuestro invitado de turno, hoy nos tocó encontrarnos cara a cara, como entrevistador y entrevistada. Tener como entrevistada a alguien como Patricia Wiesse no requiere un motivo en particular, pero el periodismo siempre nos exige una excusa. Y, por fin, no se presentó una, sino tres: el número de premios que ganó en el último Festival de Lima por su película El Huaro. Estas distinciones se suman a otros reconocimientos internacionales obtenidos por sus trabajos anteriores y a su inclusión en la lista de Forbes Perú como una de “Los 50 más creativos de Perú 2022”. Cuando le propuse esta charla, me dijo: “Tú pon nomás las respuestas, si ya sabes lo que voy a decir”. “Ah, no, necesito registro; no vaya a ser que luego me mandes una carta notarial”, le bromeé. Patricia es una maestra de la palabra, brillante en el manejo de cada una de sus formas, pero la imagen es su pasión y su predilecta. Disculpen el tono personal que adquiere este texto (no suelo hacerlo, pero no podría haber sido de otra manera). Finalmente, fue una conversación entre amigos.
Contigo siempre nos hemos burlado de los libros de autoayuda. Nos parecen una tontería. Sin embargo, tu historia podría tener algo parecido a ellos: una chica que soñaba con hacer películas y, a pesar de haberse dedicado a otras cosas, nunca dejó de perseguir ese anhelo.
Prefiero pensar que, si hablamos en esos términos, mi historia se parece más a un cuento de hadas, porque la idea de "autoayuda" no me atrae en absoluto. Aunque no lo parezca, también tiene mucho que ver con el azar y las circunstancias: conocer en el momento preciso a las personas adecuadas, como Felipe Degregori y reencontrarme con la productora Jenny Velapatiño, quienes tenían años de experiencia en el cine. Justo ellos querían formar una productora, y yo ya había colaborado con ellos en algunos proyectos. Fue el momento exacto. Aprovechar la oportunidad, no dejar que pase. Eso es lo más importante. Y, claro, un poco de suerte, porque sin ella quizás las circunstancias no se habrían dado y yo seguiría soñando con "qué lindo sería algún día hacer un documental". Eso de "persevera y triunfarás" es solo un mito.
Eres, en general, una persona bastante escéptica, ¿verdad? Por eso pienso que hay algo de destino en esto, ya que no eres de los que ven una oportunidad y empiezan a soñar de inmediato. Diría, incluso, que tiendes a encontrar aspectos negativos en las oportunidades que se te presentan.
Sí, claro. Por ejemplo, si me presento a un concurso pienso que no voy a ganar porque no me gusta hacerme ilusiones. Así, si no gano, la decepción no es tan fuerte. No es que procrastine; actúo, pero asumo que lo más probable es que no salga bien. Así, si no resulta, no me llevo una gran decepción.
Tú no eres concesiva ni con quienes presentas tus proyectos, ni con los espectadores. ¿No te interesa hacer un cine que se adapte a las expectativas del público?
La verdad, no pienso en los espectadores. Me concentro en la historia, en lo que necesito contar, porque es algo muy cercano a mí. Todo lo que he hecho está vinculado a experiencias que me han marcado. Sin embargo, no cuento cosas personales; al menos no lo he hecho hasta ahora. A diferencia de quienes usan el documental para narrar su vida o secretos familia, a mí me interesa abordar temas sociales que creo pueden generar interés universal.
¿Consideras que hay mucha autoficción en el documental?
Muchísima, porque te permite exorcizar demonios, hacer una especie de terapia gratuita. Es muy terapéutico, sobre todo el narrar algo íntimo.
¿Nunca has sentido esa tentación?
Quizás, pero soy una persona muy reservada, y la idea de exponer temas personales me incomoda. Además, me pregunto: ¿a quién le podría interesar? No descarto que algún día encuentre algo personal o familiar que considere interesante para un proyecto, pero hasta ahora no ha surgido nada que crea que valga la pena mostrar. Además, como dije, me da un poco de vergüenza.
¿Y sobre la autoficción de otros, te produce alguna incomodidad o vergüenza ajena?
Más que incomodidad, me satura. He visto demasiados documentales sobre historias personales: sobre el papá, el tío, el hermano... En los últimos años, ha sido una tendencia, que creo comenzó en la literatura con Annie Ernaux, quien merecidamente ganó el Nobel. Esa tendencia está también también en el cine y el teatro. Y llega un punto de saturación.
Si hicieras una autoficción, ¿podría tratar sobre la Reforma Agraria?
Quizás sí, sobre mi trauma con la Reforma Agraria. Pero sería muy controversial, y probablemente muchos me odiarían, porque mi experiencia fue distinta. En el sur, la Reforma eliminó los regímenes casi feudales de los gamonales, lo cual fue positivo. Pero yo tenía una hacienda en la costa, un lugar que era mi vida. Cuando estaba en Lima, soñaba con estar en mi hacienda, montando a mi caballo, rodeada de mis animales. Y de pronto, todo desapareció. Nunca volví a ver ni a mis animales ni la casa de la hacienda. Es un trauma que queda.
Sin embargo, en algún momento tuviste que gritar “¡Viva la Reforma Agraria!”…
Sí, porque las personas con las que estaba defendían la reforma, aunque yo no entendía bien la situación. Recuerdo que los trabajadores nos querían mucho, y yo pensaba que mi familia los trataba bien. Sentía ese cariño cuando estaba ahí. Pero, ¿a quién le importaría mi experiencia?
Me parecería muy interesante argumento para una película: una persona marcada por la Reforma Agraria, que emocionalmente le afectó mucho, pero que termina en el bando de quienes aman a Velasco, quien propició esa medida.
No me quites la ilusión de creer que mi familia no era como otros latifundistas. Mi familia trataba bien a los trabajadores. Pensaba que podrían habernos dejado suficiente tierra para seguir cultivando. Recuerdo que en ese momento invertíamos en pozos para tener agua y cultivar. Ahora hay grandes empresas agroindustriales en esa zona, gracias a Chavimochic. Sabíamos que la reforma llegaría, pero esperábamos que nos dejaran algo, y no fue así: nos quitaron todo.
Cuando mencionas que trataban bien a los trabajadores, ¿crees que podrías estar naturalizando un régimen de opresión del que no eras consciente?
Puede ser, pero en mi experiencia había una diferencia: la gente que trabajaba con nosotros era asalariada, y siempre hubo cordialidad y cariño en el trato. Eso es lo que vi. Sé que en el sur la situación era diferente, y tal vez en otras haciendas también, pero no puedo asegurar eso.
Además, Velasco no expropió todas las tierras; hubo un sector que no fue afectado.
Claro, y eso me pareció injusto. Recuerdo que teníamos tractores nuevos que funcionaban muy bien. Luego, todo se destruyó, lo cual significó un retroceso para muchas haciendas que estaban alcanzando una buena producción, sobre todo en el norte.
Es curioso, porque algunos de tus argumentos suenan similares a los de aquellos empresarios que has criticado en tu vida profesional y política. ¿Te has dado cuenta?
Todos somos contradictorios. Quizás, si no hubiera habido Reforma Agraria, mis hermanos y yo seríamos agroexportadores ahora. Siempre he tenido una conexión especial con la tierra. Trabajé muchos años en la Confederación Campesina del Perú, y creo que habríamos terminado administrando la hacienda. Tal vez incluso habría sido víctima de las mafias que operan en la zona, donde ahora se vive una realidad difícil, con narcotráfico, asesinatos y extorsión. Quizás me libré de eso.
¡Habrías sido una millonaria agroexportadora!
Bueno, no sé si millonaria, pero tal vez con una vida resuelta.
Aunque sin tres premios en el Festival de Lima y muchos otros más nacionales e internacionales a lo largo de tu carrera. ¿Cómo una niña con una infancia cómoda y una memoria idealizada de su tierra termina con ideas progresistas y luego vinculada a grupos de izquierda como Vanguardia Revolucionaria?
Creo que siempre depende de la personalidad. Yo era rebelde y mi infancia tampoco fue perfecta. Mi padre murió cuando era muy pequeña, y luego vino la Reforma Agraria. Fueron dos golpes que pueden marcar a un niño. Ese quiebre, junto a mi carácter rebelde, fue clave.
Pero esos dos hechos, la muerte de tu padre y la Reforma Agraria, también podrían haber forjado una posición política opuesta…
Puede ser. Pero esa rabia inicial viene de haber perdido los dos pilares que me anclaban a la tierra. Esa desilusión era inconsciente en mi infancia, pero fue al entrar a la universidad cuando todo cobró sentido. Antes de eso, rompí con el catolicismo, lo cual fue un acto fuerte de rebeldía en aquellos tiempos. Eso fue a los 15 años, cuando me metí en un movimiento hinduista, y teníamos un gurú.
¿Cómo fue eso?
Asistía a un centro donde hacíamos meditación; me levantaba a las cinco de la mañana los fines de semana y pasaba el día ahí. Teníamos un gurú que venerábamos, creyendo que era el nuevo Cristo en la tierra. Algunos dejaban sus hogares y vivían allí como monjes, con votos de pobreza y castidad. Yo no llegué a tanto, pero estuve muy involucrada unos dos años, lo cual fue un choque para mi mamá.
Entonces, podríamos decir que el paso intermedio hacia tu radicalización de izquierda fue esta experiencia mística.
Fue romper con la Iglesia católica, un paso que considero incluso más determinante que hacerme de izquierda. Estudiaba en un colegio de monjas gringas, y aunque mi familia no era fanática, todos eran católicos practicantes. Romper con esa presión a los 15 años fue un desafío. Éramos tres amigas en ese colegio, y para nuestras compañeras éramos “las raras” que habíamos dejado la religión. Esa ruptura fue muy difícil, sobre todo para mi mamá, quien asumió con menos problema que me volviera de izquierda que el hecho de que dejara la religión.
Entonces, tus últimos dos años en el colegio fueron de rebeldía, pero no en el sentido típico de fiestas y licor.
Exacto, era una búsqueda espiritual, enfocada en cosas no materiales, en una especie de paz. Sentía que algo me faltaba en la vida y en la sociedad, y canalicé eso de esta manera. Ya en la universidad, con las clases y la gente que conocí, mi vida cambió completamente.
Abandonar la religión, entonces, hizo que el paso a la izquierda fuera casi natural.
Sí, y además estaba el caso de Javier Diez Canseco. Para mi mamá, personas como él, que venían de “buenas familias” ya eran conocidas en la izquierda, así que no le causaba tanto impacto.
¿Rompiste con el hinduismo o simplemente lo dejaste?
Rompí completamente y empecé a cuestionar todo. Se suponía que debíamos vaciar la mente, meditar todo el día, pero nunca logré “poner la mente en blanco”, lo que ya me generaba dudas. Luego, el gurú se fue a vivir a California, y me chocó ver cómo sus seguidores le compraban autos de lujo, como Maseratis. Él decía que lo material era una ilusión, pero vivía rodeado de lujos. Esa contradicción hizo que todo perdiera sentido para mí.
Bueno, entraste a la universidad y, ¿qué pasó?
Un día vi a Javier Díaz Canseco en la televisión hablando contra los empresarios, algunos amigos de mi mamá. Era la época de la Constituyente, con el regreso a la democracia, y desde que lo escuché supe que quería involucrarme. Fue un punto de quiebre para mí. Pensé: “quiero ser como él”. Al principio fue difícil porque, aunque había gente de izquierda en la universidad, no eran militantes.
Un día conocí a un compañero con muchos contactos, el típico “palangana” de la universidad. Él me conectó con militantes reales, especialmente de Vanguardia, el grupo que más me interesaba. Así comencé a militar, aunque mis amigos en la universidad, salvo uno o dos, no estaban en el activismo de esa manera. Estaban más en charlas y actividades que en la militancia activa.
Ahí empecé a sentirme nuevamente como una isla: militaba, pero siempre tenía la sensación de no encajar.
Eras demasiado "pituca" para la izquierda y demasiado marginal para la derecha.
Exactamente, ese sentimiento de no pertenecer a ningún lado fue constante y difícil de sobrellevar.
¿Y recuerdas a alguien conocido de esos tiempos?
Sí, estaba Carlos Bruce, que también formaba parte del movimiento de protesta en la universidad, y Lucho Ibérico, el más radical de todos. Él también estaba en San Marcos, y corría el mito de que andaba armado. Lo expulsaron de la Universidad de Lima, por radical, imagínate. Y mira cómo son las cosas…
¿Y estuviste en Vanguardia todo el tiempo o pasaste al PUM?
Pasé al PUM.
¿Libia o Zorro?
Ese fue otro dilema para mí. Escuchaba los discursos de los “Zorros”, como Carlos Iván Degregori y Carlos Tapia, y me parecían más razonables. Sin embargo, mis amigos eran de la línea radical, así que me mantenía callada. Al final, rompí porque no me convencían, no me lo creí. Renuncié al PUM cuando llamaron a votar por Fujimori. Esa fue la gota que colmó el vaso.
Sin embargo, siempre has estado vinculada con personas de izquierda a través de las ONG en las que has trabajado.
Sí, claro. Empecé en el Instituto de Apoyo Agrario, donde intelectuales como Tito Flores Galindo o Manuel Burga tenían un espacio para investigar.
También trabajaste con Fernando Rospigliosi.
Sí, y parece que él ya no recuerda que ONG como el IAA, Aprodeh o el IDL lo acogieron y le dieron trabajo. Eso no se hace; es un traidor.
¿Crees que es un caso de querer ganar dinero o es más bien un tema de fundamentalismo ideológico?
Es eso último; él tiende a los extremos.
Muy apasionado.
Sí, aunque parece muy frío.
Tú, en cambio, te defines como escéptica. Pero sabes que muchas personas en el IDL te tenían como radical. Yo me moría de risa porque te conozco.
Jaja, sí.
Sin embargo, recuerdo que en 2011 yo era más tolerante con Humala. Cuando apareció lo de Conga y tú fuiste muy dura con él.
No sé si desde la izquierda o desde mi defensa del medio ambiente, porque para ese entonces mis luchas eran otras. Ya no se trataban estrictamente de cuestiones políticas; mis prioridades habían cambiado. Me importaban el medio ambiente, la democracia, los derechos humanos.
Recuerdo que yo te molestaba diciéndote que te estabas volviendo de derecha. Bueno, ¿puedes admitir ahora que efectivamente te has derechizado, o simplemente no te importa?
No sé si soy de izquierda ya, probablemente centroizquierda, pero esas etiquetas no sé cómo aplicármelas. Lo que sí sé es que soy progresista; esa palabra me gusta. Progresista en el sentido de una mente abierta hacia las libertades civiles e individuales. Creo en la tolerancia hacia las minorías, y ahora me identifico más con eso. Ya no creo en regímenes políticos ni en ningún tipo de socialismo; todo eso se ha desmoronado. Nunca creí en la dictadura del proletariado.
También recuerdo que cuando empezamos a trabajar juntos, nuestro gran amigo Ernesto de la Jara, que era nuestro jefe en la Revista Ideele, decía que lo de izquierda y derecha ya estaba desfasado. En ese momento tú y yo no estábamos tan de acuerdo; tú incluso más que yo. Ahora, ¿esas etiquetas ya no te identifican o piensas que ya no son útiles?
No nos sirven; creo que ya no tienen mucha utilidad. Sin embargo, sí uso la etiqueta de ultraderecha, porque me parece que esa categoría todavía funciona y puedo identificarla en ciertos personajes. En cambio, el centro y la centroizquierda me parecen más difusos; no los veo tan claramente marcados como a la ultraderecha.
Antes había mucha gente que se definía de izquierda, incluso hasta 2017. Pedro Pablo Kuczynski apareció en una portada famosa llamándose socialista. Nadie se identificaba con la derecha. Ahora, en cambio, hay una derecha que se siente muy orgullosa, ¿no?
Y muy radical; nos ha hecho retroceder al menos 40 años. Me siento totalmente ajena a la ultraderecha y la rechazo, pero hay muchos matices. Hay un terreno en el que no puedo decirte que esta persona es del centro y, por tanto, no le hablo. Hoy tengo coincidencias con personas de centro que hace 20 años no hubiera tenido. Estoy hablando en abstracto, no de nadie en específico.
Creo que antes te habrías reído si alguien te decía que eras de centro.
Pero otra cosa es si defines a alguien de centro como socialdemócrata.
¿Alguna vez creíste en la lucha armada?
Bueno, estuve en un partido que la tenía en su ideario, y yo trataba de creérmelo, en serio, pero no podía. Además, esa palabra “dictadura” siempre me repelió. La idea de la dictadura del proletariado, ¿no? Recuerdo haberlo expresado: “¿Qué es eso de la dictadura del proletariado? No me convence”. Me daban argumentos, lo cual era gracioso. Fue una época divertida. Ahora lo veo así, pero el marxismo-leninismo nunca me convenció del todo. Intenté creer que era válido, pero eso implicaba aceptar la dictadura del proletariado. Era contradictorio.
¿Hasta cuándo admiraste a Cuba?
Hasta hace 20 años, quizá. He viajado a Cuba dos veces y me da nostalgia. Leí sobre su historia y me fascinó el diario del Che; mi visión de Cuba era un poco romántica. Sin embargo, al enterarme de los problemas económicos y la falta de libertad, especialmente viendo cómo encarcelaban a intelectuales y personas de la comunidad LGBTQ+, la desilusión fue creciendo. Hace 20 años esa sensación se intensificó. Hoy, cuando hay una dictadura de izquierda, como la de Maduro, la llamo dictadura. Siento pena por la situación en Cuba, que también es una dictadura. Nicaragua es lo peor; prefiero mil veces una sociedad capitalista antes que lo que ocurre allí.
Regresemos a tu cinefilia. A diferencia de la mayoría, detestas comer canchita en el cine.
No me gusta comer canchita en el cine; el sonido y el olor me desesperan y me desconcentran. Además, cuando alguien prende el celular, lo considero una falta de respeto hacia los demás. Tal vez sea mi neurosis, pero esas cosas me afectan cada vez más. Voy al cine para desligarme del mundo y entrar en otra realidad; esos ruidos y distracciones me sacan de la experiencia y disminuyen mi placer de ir al cine, porque me ponen de mal humor.
Tiene sentido, ¿no? La gente come canchita porque va al cine para entretenerse, pero tú no lo haces por eso.
No, voy para apreciar el arte. Valoro el cine como expresión artística, y eso requiere silencio y concentración. Claro que también me gusta divertirme; hay películas de cine de autor que son entretenidas. No soy masoquista; tampoco voy a ver algo que me parezca aburridísimo. Voy porque me interesa y me entretiene. Quizá mi concepto de entretenimiento es diferente al de otros. A mí me entretienen cosas que a muchos pueden parecerles aburridas y viceversa.
Pero, por ejemplo, el cine en 3D y 4D te aleja de la experiencia del cine tradicional, casi como voyeurismo, que es parte de su encanto, ¿no?
Tampoco soy tan radical. Vi una película sobre Pina Bausch, un documental de Wim Wenders en 3D, y fue maravilloso. La coreografía y la danza en la película encajaban perfectamente; se trata de una bailarina clásica que termina en danza contemporánea. También vi "La invención de Hugo Cabret" de Scorsese, y la tecnología estaba bien empleada.
Lo que sí no va contigo son los efectos especiales.
No me gustan; me aburren. Lo que entretiene al gran público me parece muy tedioso.
¿Y por qué odias la alfombra roja?
Simplemente no va conmigo. En la alfombra roja las personas se disfrazan, dejan de ser ellas mismas y se sienten el centro de atención, lo cual no me gusta. La última vez, mi amiga Jenny Velapatiño, productora de la película, casi me tuvo que obligar a estar presente.
La otra vez me comentabas que entendías lo de la alfombra roja en los actores, el glamour y todo eso, pero no en el director.
Sí, entiendo a los actores, porque ellos se marquetean y viven de eso, necesitan hacerse conocidos y hacer relaciones públicas. Pero el director debe estar en segundo plano, no es el protagonista. El director cuenta historias, pero, ¿a quién le interesa su vida privada? No tiene por qué ser la estrella. Prefiero a los directores que permanecen en el anonimato.
Tampoco te gustan los “stand-ups” en las notas informativas o reportajes periodísticos.
¡No! Me parecen innecesarios. Cuando hice televisión nunca hice uno. Los "stand-ups" siempre me han dado vergüenza ajena.
Hoy en día parece que el periodista debe ser el “graciosito” de la noticia.
Claro, siempre he combatido eso.
El periodismo clásico, el de intermediario entre el hecho y el público, ya cambió. Quizás ahí se podría rescatar la voz en off.
Sí, la voz en off reemplaza la presencia física del periodista, puedes narrar el hecho, orientar la noticia y dar opinión sin necesidad de estar allí.
Aunque, curiosamente, no te gustan los documentales con voz en off.
Depende. Acabo de ver un documental de Werner Herzog sobre unos vulcanólogos que murieron durante la erupción de un volcán en Japón, y está hecho completamente con voz en off. Es fascinante. Y eso que la voz de Herzog, no perfecta, ni mucho menos.
Tampoco te gustan los recuerdos materiales.
No, prefiero el minimalismo: desecho lo del pasado, incluidos los recuerditos. Prefiero que mis cajones contengan solo lo necesario. No estoy apegada a lo que ha pasado en ese sentido. Ya tengo suficientes recuerdos en mi cabeza.
Sin embargo, en tus películas, los recuerdos y la memoria siempre están presentes.
Sí, pero es sobre el impacto del pasado en la vida. No se trata del objeto en sí, sino de lo que queda adentro, esos recuerdos que no se van.
Eres casi maniática en no guardar cosas.
No sé si es manía; llámalo como quieras, pero no me gusta acumular cosas.
Recuerdo que te molestaba diciéndote que necesitabas ir a un psiquiatra por tener siempre tu bandeja de correo vacía.
Me desespera. Es más práctico para mí encontrar rápidamente lo que tengo guardado por algún motivo. Si tengo mil cosas guardadas y debo buscarlas, pierdo tiempo. A veces ni encuentras lo que buscas, ni recuerdas que lo tienes. Entonces, ¿para qué guardarlo?
No puedes negar que te morías de ganas de tirar todas las cosas de mi escritorio, y creo que en algún momento lo hiciste.
Jaja, sí, el desorden me desespera.
El propio y el ajeno.
Sisisí.
Tu apreciación por el cine va variando. Por ejemplo, cada vez te alejas más de Hollywood. ¿Qué estás viendo últimamente?
Últimamente me gusta más el cine hecho por mujeres. Cuando veo una película dirigida por una mujer, me interesa y me dan ganas de verla. En los últimos años han surgido muchas directoras excelentes en Europa, Estados Unidos y acá en la región. Una de las más antiguas es Jane Campion, que me fascina. También hay directoras actuales, como Mia Hansen-Løve o Céline Sciamma, ambas francesas.
¿Sientes que hay un cine femenino?
Sí, es una forma distinta de ver ciertos detalles, de enfocarse en lo mínimo que generalmente los hombres no ven o no les interesa. Las mujeres suelen tener más empatía, lo que influye al escribir una historia; incluyen esos pequeños detalles que para ellas son importantes, aunque a los hombres no les interesen.
Interesante, a pesar de que no te defines como feminista.
Es cierto, no soy militante feminista ni planeo serlo, pero siento que soy feminista en mi vida.
Sin embargo, el movimiento Me Too no te convence del todo.
Es cuando se vuelve una moda que ya no me gusta. Sin embargo, creo que es importante denunciar todas esas veces en las que nos tuvimos que tragar enormes sapos o pensar que el acoso era algo normalizado. No lo he experimentado personalmente, pero he visto muchos casos y me parecía tan injusto.
Pero cuando salió el manifiesto de las francesas, te sentiste más identificada con esa postura.
No me gustan los fundamentalismos. Tampoco creo que se deba dar crédito automáticamente a la mujer solo por el hecho de serlo; eso también es incorrecto. Podrías llegar a destruir la vida de un hombre. ¿Quién te ha dado ese derecho?
Ni siquiera el fundamentalismo cinematográfico como Dogma 95.
No, tampoco. Mira, Lars von Trier me encanta, pero tuvo que retroceder, porque es imposible. En el cine, la iluminación es fundamental. ¿Cómo vas a filmar sin luz artificial? No se puede.
¿Cómo definirías tu cine?
Un cine minimalista, con pocos recursos. Me interesa mucho el desarrollo de los personajes y las conversaciones, como en el cine francés. Un buen ejemplo de lo que te digo es una escena en la que, durante un almuerzo, los personajes comen y conversan durante mucho tiempo. Esto se puede asociar con la Nouvelle Vague de Francia. Lo que más me interesa, más que la trama, son los personajes bien desarrollados y una estructura que funcione.
¿Eres consciente de que tus películas pueden decepcionar a quienes no están familiarizados con tu cine?
¿A qué te refieres?
Me refiero a que, por ejemplo, si alguien espera un documental sobre el juicio a los violadores de Huancavelica o una defensa de los líderes del Baguazo, verán algo muy diferente en Mujer de Soldado o El Huaro.
Claro, yo nunca haré algo periodístico, no va por ahí. Si alguien busca información sobre el Baguazo, que busque un reportaje largo o lea algo. En mis documentales no lo encontrará.
¿Nunca te gustó el periodismo?
Nunca, pero sí reconozco que me dio muchas herramientas para trabajar en documentales, especialmente en lo que respecta a la investigación. Pero lo que más valoro es que aprendí a cortar escenas, desprenderme de ellas, aunque les tenga cariño. En mi último documental, saqué toda la historia de uno de los personajes porque distraía la estructura. A veces, es difícil. El periodismo de televisión me enseñó mucho sobre eso.
¿Por qué no te gusta el periodismo?
No me gusta el día a día, las notas informativas cortas. Me interesa más lo creativo, y el periodismo no es creativo en ese sentido. Además, no soy buena para eso. El periodista debe ser persuasivo, no puede ser tímido. Tiene que perseguir a las personas y yo no puedo hacer eso, sino todo lo contrario. Me cuesta mucho sentir que estoy molestando a alguien, o llamarlo por teléfono me cuesta tanto que no duermo la noche anterior. El periodista debe establecer una relación inquisitiva, y yo no puedo hacer eso, soy pésima.
¿Qué esperas de tus espectadores?
Espero que, si conocen el tema, lo vean desde otra perspectiva. Si no lo conocen, que digan "ah, no sabía que esto era así" y se sensibilicen un poco más sobre lo que sucede en lugares alejados, con historias que muchos desconocen en este país. Con los espectadores extranjeros es más fácil, porque suelen estar más predispuestos a sensibilizarse con lo que ocurre en los países pobres.
¿Crees que la línea entre documental y ficción es cada vez más delgada?
Sí, hay una corriente que va en esa dirección. Yo ya no creo en el documental que no esté intervenido de alguna forma. Eso es falso. Desde el momento en que un cineasta le dice a alguien dónde ubicarse o cómo iluminar la escena, ya está interviniendo. No hay forma de no intervenir, y desde que existe un diálogo con el sujeto, ya sabes hacia dónde vas. Un cineasta no puede ser un fantasma filmando. Esa es la diferencia con la antropología visual, por ejemplo: uno debe saber hacia dónde va y, si para eso debe intervenir, dándole instrucciones o hablando, hay que hacerlo. Eso es cine.
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