Narrativas policiales
La policía tiene un lugar emblemático en las artes narrativas del mundo entero. Si estas han ido cambiando, no sólo ha sido por el devenir de las escuelas, los medios y sus géneros sino que fueron adaptándose a las reformas y cambios estructurales que las fuerzas del orden han vivido a lo largo de los dos últimos siglos. Valga entonces aclarar que lejos de ser este artículo un repaso detallado de la literatura policial que se ha escrito en el Perú, su intención es visibilizar los cambios en la representación de la policía peruana, desde los tiempos del diario La Crónica (1912) hasta la música contemporánea.
Poco después de que el Estado creara la policía en Londres, a lo largo del siglo XIX diversas ciudades del mundo la tomaron como modelo y fueron implementado el servicio, muy distinto de sus predecesores que respondían a la lucha por tener el control de un territorio. Cumplir con la ley y poner fin a los crímenes, el protagonismo de sus integrantes y el desarrollo de la disciplina criminalística resultaron tan importantes, que se crearon géneros literarios como la crónica roja, la novela policial y las sagas de detectives. En el siglo XX se sumarían las películas, luego las series de televisión y las canciones de denuncia.
La novela de detectives
El canon de la novela policial estableció sus orígenes en los relatos de Edgar Allan Poe y el detective Dupin: cuando la resolución del misterio planteado dependía de un juego de lógica. Así surgió un personaje recurrente, poco épico y muy irónico debido a su forma de razonar y analizar. Una de sus versiones más compleja sería la primera en incorporar al detective privado con Sherlock Holmes, que en Inglaterra trabajaría a la par con el gobierno y la policía de Scotland Yard. Aunque en otros países de la región, como Argentina y Brasil, de inmediato prendió la literatura policial en novelas y comics, en el Perú, la creación de la gendarmería y posteriormente de la Guardia Civil, no provocó una literatura policial similar. Pueda ser que el contexto de la guerra con Chile y el impacto en la reconstitución del país trasladaran los intereses literarios hacia otros conflictos sociales, pero según los estudios sobre literatura policial peruana, esta no empezó a producirse hasta la década de 1980 (Güich, 2020). No obstante tal acuerdo, se suele resaltar dos novelas en la segunda y prolífica década del siglo XX como antecedentes.
La primera, apareció por entregas en 1911. Fue obra de un grupo anónimo de escritores. Llamada El meñique de la suegra (espeluznante novela policial limeña), no se trataba de una obra de misterio, sino de una divertida e improvisada parodia literaria cuyos autores aún no se ha conseguido establecer. La segunda, Los desaparecidos. Aventuras de un millonario detective fue publicada el año 1914 en España. Su autor fue el escritor peruano Manuel Bedoya que formó parte del boom español de novelas policiales, lejos del circuito peruano. El género más antiguo en el Perú no fue la novela sino la crónica de crímenes reales, conocida como la crónica roja en todo el continente, en la que los policías aparecían como investigadores en medio del horror, pero jamás como protagonistas. Estas crónicas se publicaban acompañadas de fotografías o viñetas, como en el diario (justamente titulado) La Crónica (1912-1970), donde el joven Mario Vargas Llosa aprendió a escribirlas en la década de 1950 (Gargurevich, 2005).
La novela negra
Durante el tiempo que en el Perú no se produjeron novelas de detectives, en Estados Unidos, la crónica policial y la novela dieron un vuelco radical al género en la década de 1930. Producto de la Gran Depresión, el empobrecimiento, la ilegalidad y la represión que trajo consigo, la literatura policial encontró formas narrativas más complejas, quedando en primer plano la denuncia social y un intento por comprender en medio de ello los conflictos del alma humana. Surge entonces la novela negra con la obra de Raymond Chandler y Dashiel Hammett, que pronto devendrá en el cine policial, con obras clásicas como El halcón maltés (1941) o El sueño eterno (1946) que hicieron del actor protagonista Humphrey Bogart el rostro principal. Esta nueva tradición se adjetivó como negra por la presencia del color desde el nombre de la primera revista dedicada a la novela policial, Black Mask (1920), los ambientes oscuros en los que transcurrían los acontecimientos y el estilo claroscuro de las tiras cómicas y películas policiales.
La novela negra desplazó a los relatos de misterio con sus detectives y policías experimentados en criminalística al rubro del entretenimiento, provocando una literatura juvenil, con relatos protagonizados por detectives amateurs como los creados por Edward Stratemeyer. Poco tiempo después, al comenzar la Segunda Guerra Mundial, emergerían los superhéroes, aliados de policías y detectives, que en algunas sagas llegaron a establecer profundas amistades, como en las historias de Batman.
Las policiales peruanas
Por qué en el Perú ocurrió esta omisión literaria es difícil de contestar. Lo cierto es que la ausencia de esta literatura no eliminó a los policías de la representación literaria: aparecen en los relatos de César Vallejo, inevitablemente en El Sexto de José María Arguedas o en cuentos de Oswaldo Reynoso, pero sin ser el centro de la trama o copar el protagonismo. La pequeña producción de cine peruano tampoco los tomó en cuenta. Quizá debido a los altos niveles de analfabetismo, para que se multiplicara el interés por el género policial en el público peruano, hubo que esperar a que se difundiera masivamente a través de la televisión con las series norteamericanas que resultaron de la profunda reforma policial[1] posterior al movimiento por los derechos civiles de los Estados Unidos. La pareja icónica de tal cambio estructural fue Starsky y Hutch (1975) que puso en escena el modelo de policía detective que vigilaba las calles bravas de la ciudad, investigaba y resolvía crímenes gracias a sus contactos en los bajos fondos. Pero la represión continuaba. En esos mismos años, desde The Clash hasta Michel Jackson (Tineo, 2023), la brutalidad policiaca llegó a la música británica y norteamericana para no irse jamás.
En la década de 1980 la policía peruana vivió su reforma más importante: pasó de tener una organización propia a seguir el orden castrense, y se produjo también la unificación de sus tres fuerzas (civil, republicana y de investigación) en una sola Policía Nacional. Tal fue el contexto que antecedió a la literatura policial peruana. En esos mismo años, los escritores optaron por producir novelas y con la ilusión de tener una serie policial de televisión peruana, escribieron los guiones para Gamboa (Luis Llosa, 1983). Harry Belevan, José B. Adolph, Mario Vargas Llosa, Alonso Cueto y Carlos Calderón Fajardo destinaron obras al género, pero no se trató de una literatura a la que se dedicaron centralmente. Pilar Dughi, Ricardo Sumalavia y Diego Trelles ya continuaron con el desarrollo y el establecimiento del género; y en los últimos años quizá los autores más dedicados sean Gustavo Faverón y Augusto Effio. Sumados a otros escritores se continúa publicando y difundiendo el gusto por el misterio y la denuncia de la corrupción policial.
No obstante su asentamiento en la literatura peruana, en la pequeña producción de cine peruano fue mayor su protagonismo. Los directores que comenzaron el género fueron Jose Carlos Huayhuaca con Profesión: Detective (1986) y Alberto Chicho Durant con sus películas Malabrigo (1986) y Alias "La Gringa" (1991). Luego se sumaron Francisco Lombardi con Bajo la piel (1996), La tinta roja (2000) y Ojos que no ven (2003). Ricardo Velázquez comenzó la primera saga con Django: la otra cara (2002); y Aldo Salvini --que incursionó con Bala perdida (2001)--, es quien se hizo cargo de las secuelas Django: sangre de mi sangre (2018) y Django: En el nombre del hijo (2019). La hora final (2017) de Eduardo Mendoza, Rapto (2019) de Frank-Pérez Garland y La pena máxima (2022) de Michel Gómez han sido algunas de las últimas producciones.
Queda pendiente un estudio a profundidad de cómo se ha representado a la policía en estas y otras películas que lamentablemente no se han enumerado aquí; sin embargo, sí se puede afirmar que sus argumentos dejan claro que la heroicidad, el narcotráfico, la astucia, el abuso, la temeridad, la guerra contra Sendero Luminoso y la corrupción han puesto en escena un perfil variopinto y crítico de la policía. Es en la música peruana, donde la presencia del policía se ha sostenido solo negativa: su presencia comienza con Sucio Policía Verde (1985) de Narcosis, canción punk que los acusa de corruptos, continúa en 1991, con la inolvidable canción La Torre derrumbada de Los Nosequién y los Nosecuántos, canción política donde los policías directamente venden “rifas” de cocaína a los borrachos. Y la más dura y que se acerca a los tiempos actuales es quizá Agua (2006), del grupo Cuchillazo, en la que el protagonista se va al Cielo en una combi, muerto por “seis oficiales de la ley”.
El noticiero peruano
Hoy, la policía (junto con el deporte) es la protagonista de los noticieros en los canales de señal abierta y en las redes sociales. No hay arte mediadora, vemos directamente su actuación. Se intercalan la detención de bandas criminales con los informes de corrupción, abuso sexual, robo (hasta entre ellos) y asesinatos cometidos por la policía. Quizá sea la crisis delincuencial más grande que la policía y el país están enfrentando, pues el Ministerio del Interior en el gobierno actual no se hace cargo del problema, sino que se ha convertido en una herramienta de manipulación y protección de los integrantes más corruptos del gobierno. Tal es el desborde contra la ley que en los últimos años se ha despedido una cantidad mayor de policías que la de aquellos que ingresan a la escuela de formación profesional. Sumado a que en las redes circula el relato de cuánto se debe pagar para aprobar el examen de admisión a la Policía Nacional del Perú y las evaluaciones de los cursos, justifica que se trata de un ansiado puesto laboral que puede llevar al joven pobre que se endeudó para pagar su ingreso, a convertirse en un flamante policía de grandes contactos, lleno de propiedades y autos del año.
Lejos de una reforma que le ponga fin a los crímenes policiales en el Perú, aún no queda claro cuál de todos los géneros aquí enumerados se hará cargo de representar a la policía vigente, pero en otros países de la región en condiciones similares, el teatro y el reguetón ya empezaron a hacerlo.
[1] El año 1968, la Comisión Consultiva Nacional sobre Desórdenes Civiles de Estados Unidos encontró a la policía responsable de haber provocado “disturbios policiales” contra los grupos que protestaban a favor de los derechos civiles. Se produjo una profunda crisis policial que culminó a lo largo de la década de 1970 en un cambio del modelo tradicional hacia otro de proximidad (Greene, 2006) que solía realizarse por medio de parejas de policía que vigilaban calles asignadas y llevaban a cabo las investigaciones.
Referencias
Güich-Rodríguez, J. (10 de agosto de 2020). Un panorama crítico de la novela policial peruana. Scientia et Praxis: Un blog sobre investigación científica y sus aplicaciones. https://www.ulima.edu.pe/idic/blog/novela-policial-peruana
Gargurevich, J. (2005). Mario Vargas Llosa: reportero a los quince años. Fondo Editorial PUCP.
Tineo, J. L. (2023). Canciones sobre brutalidad policial. Columna ¡Música, Maestro! En Sudaca.pe. https://sudaca.pe/noticia/opinion/jorge-luis-tineo-canciones-sobre-brutalidad-policial/
Güich, J. y A. Susti. (2022). Caso abierto. La novela policial peruana entre los siglos XX y XXI. Universidad de Lima. Fondo Editorial
Greene, J. (2006) “La policía de proximidad en Estados Unidos: cambios en la naturaleza, estructura y funciones de la policía”. Traducción Giménez-Salinas.(https://www.ncjrs.gov/pdffiles1/nij/213798_spanish/ch7_esp.pdf
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