Muchas gracias, Gustavo
Puede parecer extraño que en estos tiempos seculares y agnósticos un hombre logre causar cambios radicales a la sociedad a partir de la Teología, pero este fue realmente el caso de Gustavo Gutiérrez, porque él logró vincular sus reflexiones con la vida cotidiana y especialmente con la pobreza que se vive en América Latina. La idea fundamental de su reflexión es que la pobreza es una situación contraria a la voluntad de Dios. Dios rechaza tanto la pobreza, como la indiferencia que ha hecho que muchos nos acostumbremos a ella. Así lo plasma Gustavo Gutiérrez en su obra Teología de la Liberación, publicada en 1971 y en sus demás libros.
Según Gustavo, la pobreza no se debe a que los pobres sean malos u ociosos, como algunos todavía pueden creer, sino a que la estructura de nuestras sociedades es profundamente injusta. De allí la expresión violencia estructural, porque la sociedad genera grandes sufrimientos a los más pobres. En ese contexto, un mismo problema social (un terremoto, el cambio climático o las normas de cuarentena) o personal (una discapacidad) tienen un impacto mucho más devastador en los más pobres. “Muchas personas pobres mueren antes de tiempo” decía Gustavo, de forma contundente “y eso es profundamente injusto”.
La participación de Gustavo en las Conferencias Episcopales de Medellín y Puebla generó un profundo impacto en los obispos latinoamericanos. Hasta los años sesenta, América Latina se consideraba a sí mismo un continente cristiano, el más católico de todos, pero los documentos de Medellín y Puebla y las obras de Gustavo Gutiérrez denunciaban que en estos territorios tan católicos se vivían condiciones anticristianas, porque la miseria era tan injusta que se trataba de un pecado social.
Gustavo se preguntaba si Dios ama a los pobres, como seguramente muchos cristianos sostenían, ¿por qué permite que vivan así? La respuesta era que si los pobres padecen tantos sufrimientos era porque los cristianos lo habían tolerado, aceptándolo como “natural”. Por eso, además del cuestionamiento a la sociedad, Gustavo generaba un cuestionamiento personal: ¿soy realmente cristiano si permito que ocurran todas estas injusticias?
En los convulsionados años setenta y ochenta, la reflexión de Gustavo Gutiérrez marcó a muchos cristianos para comprometerse a vivir la opción preferencial por los pobres. Esto implicaba renuncia, compromiso, pero también esperanza y confianza cuando parecía que no había salida.
Durante muchos años, Gustavo promovió el debate sobre la responsabilidad de los cristianos, no solamente en sus libros, sino en muchas conferencias o en los famosos Cursos de Teología que organizaba la PUCP y a los cuales venían cientos de personas de toda América Latina. En esos cursos no solamente eran importantes las charlas de Gustavo y otros teólogos, sino el debate en grupos pequeños, donde cada participante compartía las necesidades que existían en su lugar de origen. Así se tejieron lazos entre muchas personas.
Sin embargo, en casi toda América Latina, promover la justicia causó para la Iglesia el peligro de la represión militar. Durante el tiempo que trabajé en Guatemala, conocí a muchos religiosos comprometidos, pese a graves peligros y supe de muchos que habían sido asesinados como también ocurrió en El Salvador y muchos otros países.
En el Perú, un riesgo adicional era la violencia terrorista. Y yo creo que la Teología de la Liberación fue una de las razones para que fracasara Abimael Guzmán, porque muchos cristianos rechazaron sus prácticas violentas, al tiempo que buscaban justicia. Gustavo era muy claro al condenar la violencia, señalando que no era la solución de los problemas sociales sino que mas bien causaba un problema mayor.
En mi caso, yo conocí a la Teología de la Liberación y a Gustavo en los años ochenta, cuando era consciente que vivía en una sociedad donde se producían terribles violaciones a los derechos humanos y el mensaje de Gustavo me llevó a comprometerme para enfrentar los abusos y las injusticias. Por eso, entre 1987 y 1993 yo arriesgué mi vida muchas veces viajando por la selva, pero me parecía totalmente lógico hablar de derechos humanos, de justicia, de paz aunque eso implicara desafiar a los senderistas, los del MRTA, los militares y también la precariedad de las carreteras y las embarcaciones.
Yo trabajaba para la Iglesia y me parecía lógico actuar con ese desprendimiento porque mucha gente que lo mismo que yo. Las monjas, los sacerdotes, los catequistas con los que trabajaba asumían que los senderistas los podían matar como habían matado a muchos en Tarma, Chanchamayo o Ancash. En 1990, cuando la hermana Agustina Rivas fue la primera religiosa asesinada por los senderistas, yo llevé la cruz en la misa de cuerpo presente, mientras me seguía otra monja llevando el hábito ensangrentado de la que luego sería beatificada.
Pese a tener la muerte tan cercana, nadie pensaba en marcharse sino mas bien en organizar a la población para resistir. Existía una mística elevada a un grado que ahora me parece difícil de creer, que enfrentaba a una violencia también difícil de imaginar.
Sin embargo, mientras la Teología de la Liberación marcaba el camino para muchos católicos peruanos, en otros causaba profundo rechazo. En los mismos tiempos en que Gustavo publicaba sus primeras obras, Luis Fernando Figari fundó el Sodalicio con un discurso abiertamente contrario a todos los “rojos” que habían convertido a la Iglesia en una “entidad marxista”. Los sodálites y otros grupos conservadores buscaron que el Vaticano condenara a Gustavo y a la Teología de la Liberación pero no lo lograron.
Gustavo vivió todo el tiempo de hostigamiento eclesial con mucha entereza. Él tenía un amplio respaldo en la Iglesia pero también en personas no creyentes que compartían su indignación por la pobreza. En realidad, creo que a los no creyentes les proporcionaba la esperanza en que la sociedad podía cambiar, si ellos se comprometían y entonces comenzaban a creer, no en Dios sino en sí mismos.
En el ámbito personal, Gustavo era una persona sumamente humana. Todos los que lo conocimos tenemos recuerdos sobre su manera tan cercana y afectuosa de conversar. Sin embargo, con los más pobres él mantenía una relación aún más directa, porque vivía con ellos en una pequeña parroquia del Rímac, cerca de la avenida Caquetá.
Allí Gustavo permaneció hasta que Cipriani fue nombrado arzobispo de Lima y lo retiró de la parroquia. Por ello, Gustavo se incorporó a la congregación dominica, lo cual que hacía más difícil que sufriera algún abuso o arbitrariedad.
Pese a los cuestionamientos injustos que recibió, Gustavo se mantenía siempre con una gran fidelidad a la Iglesia. Recuerdo cuando él dijo que si le daban a elegir entre su teología y la Iglesia, él prefería dejar su Teología y seguir siendo parte de la Iglesia. Parecía una frase muy fuerte... pero él estaba convencido que su Teología estaba perfectamente dentro de la Iglesia y así lo admitieron aún teólogos conservadores como Joseph Ratzinger (el futuro Papa Benedicto XVI).
Es importante destacar que Gustavo pudo vivir hasta conocer el pontificado de Francisco, con un pensamiento muy similar al suyo, por el énfasis en la pobreza, la justicia social y los derechos de los vulnerables. Gustavo tuvo la oportunidad de regresar al Vaticano sin temor o cuestionamientos. Entretanto, sus más encarnizados adversarios iban cayendo: algunos discretamente, como Cipriani y otros, como los sodálites, han sido sancionados por el Vaticano debido a sus numerosos abusos.
Quienes usaban al cristianismo para obtener poder político y religioso estaban en las antípodas del pensamiento y la práctica de Gustavo. Para él, lo más importante era que los propios pobres asumieran las riendas de su destino y no algún “liberador” que pretendiera hablar por ellos. Por eso es que en los mismos cursos de Teología existía una atmósfera horizontal donde podían hablar con la misma libertad un catequista, una dirigenta popular o un sacerdote.
Con sus reflexiones y su ejemplo, Gustavo Gutiérrez transformó muchísimas vidas en el Perú, América Latina y todo el mundo. Cuando los retos parecían muy difíciles, casi imposibles, motivaba al compromiso y a la esperanza.
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