Matices sobre la relación entre Jimmy Carter y los derechos humanos
Jimmy Carter, 39° presidente de Estados Unidos (1977-1981), es recordado como una figura que transformó el lenguaje de la política exterior estadounidense al colocar los derechos humanos en el centro del discurso diplomático. Durante su mandato, Carter buscó redefinir la influencia de Estados Unidos en el mundo, abogando por un enfoque moral que contrastaba con el pragmatismo frío de la Guerra Fría. Sin embargo, como todo idealismo, su política no estuvo exenta de contradicciones, especialmente en su relación con la dictadura de Jorge Rafael Videla en Argentina.
Desde su llegada al poder, Carter implementó sanciones contra regímenes que violaban los derechos humanos, utilizando herramientas como la suspensión de ayudas militares y económicas. En el caso de Argentina, cuyo gobierno militar estaba inmerso en la "guerra sucia", Carter restringió el envío de armas y municiones, promovió la acción de organismos internacionales como la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y presionó públicamente a favor de los derechos humanos.
Sin embargo, las tensiones entre ideales y realidades geopolíticas pronto se hicieron evidentes. La posición de Estados Unidos hacia el régimen de Videla no fue completamente uniforme ni consistente. A pesar de las sanciones oficiales, documentos desclasificados revelan que, en privado, la administración Carter permitió la entrega limitada de ayuda militar a Argentina en 1977 y 1978. Estas acciones, aprobadas bajo estricta discreción, obedecieron a la presión de sectores empresariales y al temor de desestabilizar un aliado estratégico en la lucha contra el comunismo. Incluso se autorizaron pequeños envíos de helicópteros y municiones, aunque bajo el riesgo de que el Congreso descubriera dichas maniobras.
La ambigüedad alcanzó su clímax en 1979, cuando el gobierno de Carter, bajo la mediación del vicepresidente Walter Mondale, negoció un acuerdo con la dictadura argentina. A cambio de levantar ciertas restricciones comerciales y militares, y desbloquear fondos del Banco Export-Import, Argentina permitió la mencionada visita de la CIDH. Este movimiento fue recibido con escepticismo por algunos defensores de derechos humanos, quienes consideraron que el acuerdo diluía el impacto moral de las sanciones al priorizar intereses comerciales.
La relación con otros regímenes autoritarios de la región también reflejó esta ambigüedad. Aunque Carter condenó públicamente a dictadores como Alfredo Stroessner en Paraguay, el apoyo estadounidense al régimen continuó de diversas maneras. Stroessner, un aliado clave en la lucha contra la expansión comunista, mantuvo relaciones comerciales y diplomáticas estables con Washington durante el mandato de Carter. Este doble juego —críticas en foros internacionales y colaboración pragmática en el terreno— reflejó las tensiones internas de su administración, particularmente entre el enfoque idealista del presidente y el realismo de sus asesores.
En El Salvador, la administración Carter apoyó al gobierno militar en su combate contra insurgentes de izquierda. El 17 de febrero de 1980, el arzobispo Óscar Arnulfo Romero envió una carta al presidente Carter, solicitando que Estados Unidos se abstuviera de proporcionar ayuda militar al régimen salvadoreño, advirtiendo que dicha asistencia intensificaría la represión contra el pueblo. A pesar de esta súplica, la administración continuó brindando apoyo militar al gobierno salvadoreño, priorizando la contención del comunismo en la región.
Otro ejemplo de estas contradicciones fue su política hacia Israel. Carter se comprometió firmemente con la defensa del Estado israelí y fue el principal impulsor de los Acuerdos de Camp David de 1978, que resultaron en un histórico tratado de paz entre Israel y Egipto. Este logro, aclamado internacionalmente, mostró su capacidad para aplicar principios de paz y derechos humanos en contextos complejos. Sin embargo, su apoyo a Israel, que incluía una significativa ayuda militar y económica, contrastaba con su posición crítica hacia otros aliados autoritarios, destacando las excepciones en su discurso moralista cuando los intereses estratégicos lo requerían.
En este contexto, la figura de Zbigniew Brzezinski, Asesor de Seguridad Nacional de Carter, jugó un papel clave. Brzezinski, conocido por su postura dura y anticomunista, impulsó un enfoque más confrontativo en la política exterior de Estados Unidos, especialmente en la segunda mitad del mandato. Bajo su influencia, la administración comenzó a priorizar la contención del comunismo como un eje central de sus decisiones, incluso cuando esto implicaba compromisos con gobiernos autoritarios en América Latina y otros lugares estratégicos.
Estas tensiones internas marcaron una transición gradual en la administración Carter, alejándose del idealismo inicial hacia una postura más pragmática y estratégica en el contexto de la Guerra Fría. Aunque Carter promovió el discurso de los derechos humanos como una herramienta diplomática, bajo la influencia de Brzezinski, el gobierno equilibró esa agenda con las necesidades de seguridad nacional.
Estas ambigüedades no pasaron desapercibidas. Por un lado, Carter fue elogiado por ser el primer presidente estadounidense en poner los derechos humanos en el centro de su política exterior; por otro, fue criticado por su incapacidad para aplicar estos principios de manera uniforme. En el caso de Argentina, aunque las desapariciones disminuyeron hacia el final de su mandato, la represión continuó, y los avances en derechos humanos fueron atribuidos más a la presión del Congreso y de las organizaciones no gubernamentales que a una política consistente de la Casa Blanca.
En retrospectiva, la relación de Carter con estos diversos actores ilustra los dilemas inherentes a su gestión: un equilibrio constante entre ideales y pragmatismo, entre las aspiraciones de justicia global y los imperativos estratégicos de la Guerra Fría. A pesar de las contradicciones, su presidencia marcó un cambio significativo en la política exterior estadounidense, al legitimar la defensa de los derechos humanos como una herramienta diplomática, aunque no siempre con los resultados esperados.
Jimmy Carter encarna una política exterior llena de matices: idealista en sus aspiraciones, pragmática en su ejecución. Aunque no siempre logró alinear su discurso con sus acciones, sentó precedentes importantes en la defensa de los derechos humanos, enfrentando tanto elogios como críticas. Su presidencia, más que perfecta, fue un reflejo de los dilemas inherentes al ejercicio del poder en un mundo complejo.