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Los claroscuros del oficio de la pluma




Cuando uno escucha a estudiantes de "Comunicación y Periodismo" hablar sobre sus expectativas laborales, surgen metas muy reveladoras: trabajar en un canal de televisión conocido, ser el rostro de un noticiero, hacer reportajes turísticos o conducir la sección de espectáculos.


Esto no tiene nada de malo, por supuesto. Lo interesante es desentrañar qué se entiende hoy por periodismo y, más importante aún, cómo se llega al oficio bajo las concepciones actuales de información digital y entretenimiento. Está claro que las nociones de compromiso social, literatura y visión crítica del mundo han sido desplazadas en muchas universidades, que promueven reporteros más cercanos a relacionistas públicos de los anunciantes.


El periodismo tradicional, que lucha por contar historias, investigar, ser objetivo y estar bien escrito, sigue siendo un oficio duro, guiado por pasiones humanas y, como tal, falible. El dilema radica en cuántas concesiones se hacen hoy en nombre de la rentabilidad y la nueva comunicación. Lo que el periodismo no puede ser, bajo ninguna circunstancia, es el salón de maquillaje de corporaciones o dictadores. A continuación, exploraremos algunos casos ejemplares y esperanzadores, junto con otros que muestran los claroscuros en "la profesión de la pluma y la verdad".


El periodista polaco Ryszard Kapuscinski vivió una niñez dura. Pinsk, su ciudad natal (ahora parte de Bielorrusia), sufrió la invasión de los nazis y luego de las tropas de Stalin. En una entrevista de 1997 el periodista narró: “Cuando tenía 7 años había guerra. Viví la violencia, pero sufrí más a causa de la pobreza y el hambre. Cuando tenía 10 años no tuve zapatos, ni siquiera en invierno”.


Estas declaraciones biográficas ayudan a entender mejor el compromiso social con el que el periodista abordaba la mayoría de sus historias. Por ejemplo, Kapuscinski relata en uno de sus libros una anécdota sobre el conflicto entre Honduras y El Salvador que destaca por su crudeza y sencillez.


En esta narración, Kapuscinski y un joven soldado hondureño se arrastraban por la selva mientras escuchaban un tiroteo. Cuando cesó el fuego, el soldado pidió al periodista que lo esperara, explicando que los vivos ya habrían huido y solo quedarían los muertos.


El soldado tenía órdenes de perseguir al enemigo, pero su verdadera intención era descalzar a los muertos y esconder las botas. Al final de la guerra, planeaba regresar por ellas, ya que por cada par de botas militares recibiría tres pares de calzado para niños. "Y él era padre de nueve criaturas".


A inicios de los 70, los periodistas del “Washington Post” Bob Woodward y Carl Bernstein dieron con las primeras pistas del famoso “Caso Watergate” que desembocó en la renuncia del presidente estadounidense Richard Nixon. Nixon, con la complicidad de mafiosos y agentes de la CIA, había espiado a su opositor demócrata en la carrera presidencial de 1972.


Los primeros reportes de la dupla Woodward-Bernstein no tuvieron mayor impacto en el electorado que decidió elegir a Nixon. Pero su persistencia y la suma de otros medios hizo que el caso alcanzara una magnitud incontenible para 1973. Woodward y Bernstein publicaron el libro “Todos los hombres del presidente” donde detallaban su proceso de investigación periodística: hurgar en todo documento oficial posible, hacer cientos de entrevistas y dar con una fuente confiable como “Garganta Profunda”.


Se decía que Woodward era el metódico y Bernstein el intuitivo. Pero luego de la fama, les cayó el peso de la realidad. Algunos de sus colegas sugirieron que la información a la que accedieron fue proporcionada por fuentes de inteligencia en controversia, como el FBI, y que ellos solo la publicaron.


El “Washington Post” ganó el premio Pulitzer y Woodward ascendió de puesto, pero nunca se consideró bueno para guiar y dirigir a otros periodistas. Por su parte, Bernstein emigró a la cadena ABC, donde concluyó que tampoco era bueno para dirigir un equipo humano o hacer producción televisiva. A Woodward le pasó algo grave: como editor de locales del “Post” incentivó a la reportera Janet Cooke a publicar la fascinante historia de “Jimmy”, un niño heroinómano; incluso animó al diario a postular la historia al Pulitzer. La historia ganó el prestigioso reconocimiento. El único problema fue que “Jimmy” nunca existió, fue un invento de la periodista Cooke quien tuvo que devolver el premio.


Bernstein, quien mejor aprovechó la fama del pasado, se hizo conocido por sus problemas con el alcohol y matrimonios truncos. Cada uno se reivindicó (sobre todo Woodward) escribiendo varios best-seller, aunque la crítica nunca estuvo satisfecha del todo. Se puede decir que el precio de la fama de “Watergate” eclipsó todo lo que hicieron después.

El periodista argentino Rodolfo Walsh fue herido de muerte y secuestrado por un escuadrón paramilitar GT (Grupos de Tarea) de la dictadura de Videla el 25 de marzo de 1977, un día después del aniversario del golpe militar. Ese día Walsh estaba depositando en buzones de las calles de Buenos Aires su ya legendaria “Carta abierta de un escritor a la Junta Militar”. El documento llegó a sus destinatarios, pero ningún medio lo publicó. En la biografía sobre Walsh de Eduardo Jozami se relata: “Walsh seguía caminando y parecía que iba a ‘zafar’ sin que lo advirtieran, cuando uno de los integrantes del GT lo reconoció. Le dieron el alto y el escritor hizo lo que tenía previsto. Un disparo fue suficiente para lograr su objetivo; como respuesta fue acribillado a balas. Rodolfo Walsh no quería caer vivo. Su cuerpo perforado en el tórax y el abdomen por los tiros fue visto en la ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada)”.


Walsh fue un precursor de las novelas testimoniales con libros como “Operación Masacre”, publicado en 1957 (9 años antes de “A sangre fría de Truman Capote”), una investigación basada en los crímenes que cometió la dictadura que derrocó a Perón. Walsh también escribió crónicas, cuentos, novelas policiacas y guiones para teatro. Luego de varios acercamientos, en 1976 ingresó a la guerrilla “Montoneros”. Su hija, también “montonera”, se suicidó a los 26 años junto a un compañero tras verse rodeada por el Ejército.


Los casos reseñados líneas arriba, que aparecen en el libro “Periodismo Narrativo” de Roberto Herrscher, son aristas de una misma profesión que muchos ejercen como una pasión, y como toda pasión es valiente, inexacta y profundamente humana: el periodismo como empatía con los más necesitados, el periodismo como glamour y caída, el periodismo como literatura y acto revolucionario final. El periodismo, en suma, como corresponsal y protagonista de un pedazo de la historia.

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