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La solución aymara




Las identidades de los pueblos originarios no solo gozan de buena salud, sino que son un factor político insoslayable tanto en la política nacional como internacional. El estallido social contra el régimen de Dina Boluarte, particularmente intenso en la zona aymara del Perú, fue estigmatizado como separatista y supuestamente generado por “ponchos rojos” bolivianos. En general, cualquier expresión de identidad de los pueblos originarios es vista por el Perú oficial con desconfianza y sospecha de ser algo inauténtico, artificial y alentado desde fuera con el fin de dividir a un país supuestamente homogéneo.


La realidad es que la identidad originaria no solo no se contrapone al Estado ni a la ciudadanía peruana, sino que es una fuente de entendimiento e integración con los países vecinos, a los que solemos llamar ‘‘países hermanos’’. Así, el pueblo aymara existe, resiste y re-existe en tres Estados: Perú, Bolivia y Chile. Este pueblo es un denominador común para estos tres Estados, que no solo son “hermanos” por la herencia hispana común, sino también por la herencia ancestral compartida. Bolivia es oficialmente un Estado plurinacional. Chile tuvo un serio intento constitucional de convertirse en uno también, que, aunque no fue aceptado debido a su fuerte identidad nacional, deja claro que existe una voluntad colectiva de incorporar la multiculturalidad como parte de su pacto social. En el Perú no hay avances similares en materia constitucional, pero es evidente el florecimiento multicultural impulsado por los propios pueblos originarios. Hay, por tanto, una base común para relacionarnos no solo en castellano, sino también en quechua y en aymara.


La costeñidad del pueblo aymara: del lago al mar


La mayor parte del pueblo aymara reside en Perú y Bolivia, alrededor del Lago Titicaca. En Chile, es el segundo pueblo originario con mayor población, después del mapuche. El territorio ancestral aymara no solo incluye la sierra, sino también la costa pacífica, abarcando regiones como Arequipa, Moquegua, Tacna, Arica y Tarapacá. John Murra propone su teoría del control de pisos ecológicos a partir del estudio del pueblo aymara, en particular de los lupaca. El pueblo aymara se ha establecido en tierras de diferentes alturas y microclimas, desde la sierra hasta la costa, lo que ha generado una red de intercambio que ha llevado a una diversificación de su consumo. Hoy, esta red se extiende a través de tres países que alguna vez se batieron en guerra, y aún tiene el potencial de fortalecer la cooperación mutua en una economía de paz.


La insuficiente solución económica


Bolivia puede exportar sus productos por el Pacífico utilizando puertos peruanos y chilenos. No es un país sin acceso al mar; el océano siempre ha estado allí. Solo se requiere pagar por los servicios portuarios y el transporte a través de otro país. Todo esto tiene una solución económica: se paga y se usa. Sin embargo, el reclamo nacional del Estado boliviano es por un acceso soberano al mar, lo que obligaría a Chile a ceder territorio a cambio de una compensación boliviana. El obstáculo es que existe un tratado con Perú que impide a Chile ceder territorio que alguna vez fue peruano. Bolivia también tendría que compensar a Perú. La realidad es que a ningún país le resulta atractivo este esquema de intercambio.


El común denominador ancestral


El intercambio económico es insuficiente porque los estados mantienen sus orgullos nacionales. No ceden territorios ni realizan transacciones sobre temas de soberanía de manera trivial. Sin embargo, la realidad es que la zona de encuentro de los tres países tiene el potencial de convertirse en una vibrante economía trinacional si estos países adoptaran una actitud más cooperativa y menos desconfiada. Esta economía trinacional, que a primera vista parece tan dividida y dispar, cuenta con un pueblo ancestral en los tres lados de las fronteras, que habla castellano y aymara, y responde orgullosamente a la bandera nacional de su respectivo país. Sin contradicción alguna, comparte la wiphala como reconocimiento a su origen.

Los orgullos nacionales pueden ser compatibles con el respeto mutuo y el beneficio compartido, así como con lo que tenemos en común: lo que nos hace menos ajenos y más unidos. Los productos aymaras bolivianos pueden ser exportados a través de puertos aymaras peruanos y chilenos. Si el impasse no es económico, sino de orgullo nacional, cada ciudadanía puede sentirse en la casa vecina como en su propio hogar, compartiendo una identidad dentro de la diferencia. La cooperación económica se refuerza con el sentimiento identitario.


¿Estamos listos?


Mientras en cada estado se siga viendo la identidad originaria con desconfianza y estigmatización, no habrá una posibilidad real de integración basada en ella. Se percibirá erróneamente como un localismo sin perspectiva cosmopolita, contrapuesta a la integración internacional. Aunque en cada país se observan evidentes avances en el reconocimiento identitario, persiste la estigmatización y la definición nacional exclusivamente basada en la herencia criolla, en contraposición con la herencia originaria. Esta visión unidimensional es la que nos desintegra más que nos une con los otros de allende las fronteras, pues cada estado se definió fundacionalmente en oposición al otro.

Por el contrario, las multiculturalidades internas surgidas simultáneamente en nuestros países pueden entrelazarse y convertirse también en multiculturalidades externas que nos integren y ayuden a resolver problemas hasta ahora irresueltos.


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