La nueva Guerra Fría
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Explicar el mundo de la Guerra Fría era relativamente sencillo a pesar de toda su irracionalidad, de la paranoia extrema, de la exacerbada sospecha por las acciones del otro, del pánico que hasta hoy nos estremece en los indestructibles sótanos antinucleares que descansan otras épocas debajo de tantas viviendas europeas. Pero eran dos potencias, con sus respectivos bloques de países aliados que, debido a insalvables diferencias ideológicas, se dividieron el mundo en dos y ansiaban conquistarlo por completo.
El mundo que emergió después de la Guerra Fría pareció igual de explicable. Habían triunfado los Estados Unidos, que emergían así como única superpotencia e inauguraban, con la democracia como bandera política, una década neoliberal a la medida de su propia voracidad y establecían las condiciones precisas para expandir el capitalismo tras la repentina muerte del oso comunista.
La situación comenzó a cambiar en 2001: cayeron las Torres Gemelas en New York en el atentado terrorista más brutal y espeluznante de toda la Historia Universal. Entonces la “amenaza árabe” ganó harto y triste protagonismo. Después vinieron los ataques contra la formidable estación ferroviaria de Atocha en Madrid en 2004 y las bombas que hicieron explosión en tres vagones del metro de Londres en 2005. Y después se multiplicaron los “lobos solitarios” con “pequeños” ataques por toda Europa, incluidas Las Ramblas catalanas. Una sucesión de atentados terroristas acabó así con el “mundo feliz” que emergió tras la caída del muro de Berlín.
Por esos años, el Perú fue testigo de excepción y al mismo tiempo beneficiario de los cambios globales que trajo el Nuevo Milenio. Nuestra economía comenzó a crecer vertiginosamente, siguiéndole el paso al alto precio de los commoditys, de nuestras materias primas, del cobre, etc. ¿La razón?: China. El gigantesco dragón asiático despertaba entre las potencias mundiales luego de algo más de un siglo de silencio.
Los chinos ya se acercaban a la carrera desde que, en 1978, Deng Xiaoping suplantó a Mao Zedong en el poder. Deng tenía un lema: “no importa de qué color sea el gato con tal de que cace ratones”: el mejor sistema económico es el que funciona y así, sin más, dejó el socialismo empobrecedor de Mao y se pasó al libre mercado manteniendo impoluta a la férrea dictadura del Partido Comunista Chino que hasta hoy, cada 9 de septiembre, le rinde homenaje a la momia de su fundador en su mausoleo de la plaza Tiananmén . Para la primera década del siglo XXI, China ya era una potencia mundial que insinuaba una pronta disputa del poder económico mundial con Estados Unidos.
USA y la UE están atrapadas en prácticas y narrativas imperialistas pasadas. Cambiar no es fácil. La vieja potencia del norte de América está demasiado acostumbrado a la política internacional del Big Stick de Theodore Roosevelt.
Han pasado dos décadas desde aquellos días. Dos décadas obturadas, dos décadas desconcertadas de incertidumbre, dos décadas de nublada transición. Pero desde el pasado año 2022, con las Guerras en Ucrania e Israel, el mundo finalmente nos mostró su nuevo rostro. Rusia, potencia de segundo orden tras la disolución de la Unión Soviética en 1991, le planta cara a la OTAN. Vladimir Putin, tras veinte años en el poder gracias a una más que discutible democracia, ha empoderado a su nación, y le dice al orbe que no va a permitir que la vieja alianza militar atlántica se le acerque un paso más. Occidente no transige, la voluntad de los ucranianos no importa: la guerra por la conquista de Kiev comenzó hace 32 meses y nos recuerda las trincheras de la Primera Guerra Mundial: nadie avanza, nadie retrocede, el que avanza, avanza poco y retrocede poco después. Paga Ucrania.
No tan lejos, ni tan cerca de allí, en Israel, el 7 de octubre de 2023, Hamas perpetra un brutal ataque terrorista. El salgo son más de 1200 judíos muertos y cientos de rehenes. La respuesta del líder sionista Benjamín Netanyahu no quiere ser menos. Es más, es mucho más. Al día de hoy se cuentan cerca de cincuenta mil bajas civiles palestinas en Gaza y la guerra se ha extendido al Líbano e Irán.
Las recientes y sintonizadas declaraciones de los líderes de Rusia y China no representan una mera coincidencia. Putin ha dicho que se debe establecer la partición del territorio entre Palestina e Israel tal y como lo estableció la ONU en 1947. Xi Jinping, a quien le gusta presentarse como defensor del Tercer Mundo, se ha expresado en similares términos. Además, hace poco más de un mes, en Beijing, en el foro China-África, el líder chino cuestionó el daño ocasionado por el viejo colonialismo europeo al África y lanzó la idea de una “comunidad China-África de todos los tiempos con un futuro compartido para la nueva era” .
Entonces se levanta el telón que solo devela un nuevo “telón de acero”. Dos bloques se le muestran al mundo: de un lado Estados Unidos y la UE (OTAN) y del otro China y Rusia, aunque estas no se presentan aún como una alianza bilateral formal. Los enfrentamientos se difuminan por diversas partes del orbe. No solo son las guerras en Ucrania, Israel y el Medio Oriente. Con un discurso de reivindicación y empatía, Xi Jinping se gana simpatías en el mundo africano y en el que pernocta en las vías de desarrollo en general. En el Perú, Chancay inicia operaciones en menos de un mes. ¿Será solo la cabecera de puente de los intereses chinos? ¿o será una oportunidad de desarrollo para América Latina? La respuesta la tienen los gobiernos de la región y nadie más.
Ucrania e Israel han forzado a las grandes potencias a colocar sus cartas sobre la mesa. Los dos bloques son claramente reconocibles. Los BRICS, como añadido, representan una posibilidad de expansión para la alianza chino-rusa, su reciente conferencia ha sido un éxito y ha convocado a más de treinta naciones. Algunos puntos parecen consensuales como la desdolarización de la economía y una política más cercana al hemisferio sur que recuerda en algo al movimiento de los No Alineados durante la Guerra Fría. Palestina hizo uso de la palabra en la conferencia pero esto no le resta obstáculos al camino.
Hasta hoy, los BRICS son una suma de buenas intenciones y en su seno pueden escucharse voces disonantes como la de India que es al mismo tiempo aliada de USA o la de Brasil que levantó la voz en Kazán para vetar la integración de Venezuela y su más que impresentable dictadura. Convertirse en un foro opuesto a la supremacía USA – OTAN, o en uno alternativo y bajo qué términos es el gran dilema por resolver. Tres consensos, sin embargo, han podido extraerse del fondo de la caja de pandora en Tartaristán: la democratización de la ONU, la desdolarización de la economía mundial y la oposición a la política de sanciones, muchas veces fuera del marco de las NN. UU. que USA aplica a placer.
Unas palabras para concluir. USA y la UE están atrapadas en prácticas y narrativas imperialistas pasadas. Cambiar no es fácil. La vieja potencia del norte de América está demasiado acostumbrado a la política internacional del Big Stick de Theodore Roosevelt, que la mayoría de norteamericanos vota en las urnas cada cuatro años. El hegemón no debe sino serlo, cualquier concesión en las líneas maestras de la política exterior de la Casa Blanca es un signo de debilidad y más cuando potencias emergentes comienzan a amenazar abiertamente sus posiciones.
En cambio, los chinos no cargan sobre sus hombros con un “glorioso pasado” de hegemonía mundial impuesto a sangre y fuego. Al contrario, son la flamante potencia y les resulta más sencillo presentarse al mundo con una narrativa alternativa que podría multiplicar sus aliados en el hemisferio sur. ¿Podrán los rusos hacer lo mismo? Por lo pronto, en Kazán, Vladimir Putin estuvo menos aislado de lo que se esperaba, acompañado, inclusive, por el presidente de las NN. UU. el portugués António Guterres.
Pero esta es una guerra de intereses, una guerra táctica y de posiciones en la que, detrás de cualquier discurso amigable, subyace una ardua pugna por la conquista del poder mundial. Para países como el Perú, la ventaja es que puede beneficiarse de los intereses contrapuestos de los bloques en disputa. Eso diferencia la nueva Guerra Fría de la antigua. En esta, la ideología no obliga -aún– a tomar partido, todo se juega en el ámbito del beneficio económico, comercial y geopolítico. Por su posición oceánica, el Perú resulta un punto estratégico en este enfrentamiento de titanes, qué pena que quienes hace veinte años nos gobiernan solo sepan navegar en un charco de fango.
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