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El futuro de Occidente en el (nuevo) orden global




El historiador y politólogo francés Emmanuel Todd (1951) nos lleva al corazón de la civilización euroatlántica a través de su obra La derrota de Occidente (Akal, 2024), donde analiza las profundas transformaciones económicas, sociales y (geo)políticas que están socavando el statu quo global. Una de las virtudes del libro es su capacidad de distanciarse de los discursos estériles de los principales tomadores de decisiones, los mass media y los intelectuales del establishment.

 

Este académico europeo, célebre por sus influyentes ensayos La caída final (1976) y Después del imperio (2022), ha demostrado su habilidad para adelantarse a los grandes acontecimientos históricos ocurridos en los últimos 40 años. En su primera obra, predijo con precisión el colapso de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), y en la segunda colocó sobre el tapete el desmoronamiento del poderío económico, militar e ideológico de Estados Unidos. En su más reciente libro, recurre a la economía política, la historia, la antropología, la sociología, y, por supuesto, a la geopolítica, para ofrecer, con un estilo incisivo, una disección del proceso de decadencia de las grandes potencias occidentales.

 

Una de las claves que destaca Todd en el actual contexto del conflicto bélico entre Rusia y Ucrania es el notable declive del poderío industrial tanto de EE. UU. como de sus socios europeos (Alemania, Reino Unido, Francia e Italia). Sin duda, el desarrollo de la capacidad industrial de las democracias liberales durante los siglos XIX y XX explica en parte su posición privilegiada en la economía-mundo capitalista y su influencia a escala internacional. Sin embargo, los tiempos en que los países centrales concentraban una estructura productiva creciente, dinámica y competitiva han llegado a su fin. Una cifra que presenta el pensador francés basta para comprender la pérdida de liderazgo de la industria estadounidense: en 2018 apenas fabricó el 6,6 % de la maquinaria global, mientras que China, su rival sistémico, el 24,8 %.

 

La guerra ruso-ucraniana también ha expuesto estas limitaciones de la economía norteamericana en la era de la "economía política neoliberal". Según Todd, la superpotencia no ha logrado "garantizar el suministro de proyectiles —o de cualquier otra cosa— a su protegido ucraniano". Este escenario, impensable hasta hace poco, asombra a Todd, ya que devela que el PBI (producto bruto interno) conjunto de Rusia y Bielorrusia, que representa el 3,3 % del mundo occidental, "es capaz de producir más armas" que ese bloque. Se concluye, por tanto, que el PBI no refleja necesariamente el poder económico real de un país. En un momento en que muchas de las economías avanzadas se caracterizan por un régimen de acumulación predominantemente financiero, el concepto de PBI, constituido en parte por servicios "parasitarios", se vuelve "obsoleto", pues tiene escasa relación con los sectores físicos de la economía (industria, agricultura, economía, etc.). En lugar de eso, Todd propone la noción de producto interior real (PIR) para estimar con mayor precisión la riqueza producida anualmente.

 

En las 293 páginas del libro se advierte que la globalización ha contribuido decisivamente al debilitamiento de la hegemonía industrial de EE. UU. Un indicador claro de esta pérdida de poder real es la gradual evaporación de su mano de obra calificada y la decadencia en el sistema educativo estadounidense. La primera potencia del sistema-mundo moderno ya no es capaz de formar a un número significativo de científicos e ingenieros. Además, la "fuga social interna de cerebros" hacia las facultades de Derecho, Finanzas y Empresariales amenaza su primacía global en los campos de la innovación y la tecnología. De ningún modo es una exageración el panorama descrito por Emmanuel Todd, ya que, por ejemplo, en el sector de los semiconductores, columna vertebral de la cuarta revolución industrial, Estados Unidos y Europa son incapaces de fabricar chips menores de 10 nanómetros, un segmento dominado por Taiwán y Corea del Sur en el mercado mundial.

 

Pues bien, siguiendo la línea trazada por Thomas Piketty en El Capital en el siglo XXI (2014); Emmanuel Saez y Gabriel Zucman en El triunfo de la injusticia (2021), o Joseph Stiglitz en El precio de la desigualdad (2012), el autor alerta la explosión de las asimetrías sociales y el vaciamiento de la clase media de Occidente desde la década de los ochenta, periodo en que irrumpe con fuerza el paradigma de orientación neoliberal, cuya característica fundamental en la región euroatlántica es el espectacular crecimiento de las transacciones especulativas (mundialización financiera) en detrimento de las inversiones productivas (industria). La ruina de la clase media —y, por ende, la edificación de una geografía social cada vez menos igualitaria— ha contribuido, según Todd, a la desintegración del Estado-nación estadounidense y de las democracias liberales en general.

 

Este "desastre en curso", resultado de la desaparición del protestantismo —Todd se considera "un buen alumno de Max Weber" y precisa que esta rama del cristianismo "fue el motor primero del desarrollo de los Estados-nación", al tiempo que, al alfabetizar a las poblaciones y conformar indirectamente una mano obra eficiente, favoreció al auge económico y tecnológico de Occidente— ha supuesto la transformación de las democracias liberales en oligarquías liberales. Este nuevo sistema, que experimenta tanto una ausencia de sentimiento colectivo como una crisis cultural y moral, produce, de acuerdo con el autor, élites dirigenciales egocéntricos, irracionales y poco competentes —algo evidente en la mala gestión del conflicto en Ucrania— que abrazan con mayor vehemencia la concentración de la riqueza, y cuyos valores esenciales son la violencia, el poder y el desprecio hacia los entornos sociales más modestos.

 

Todd se detiene en este asunto y dice que la descomposición social y política en EE. UU. ha dado lugar a una especie de nihilismo que tiende hacia la destrucción de la vida, la verdad y una descripción racional del mundo. Esta dimensión del "estado cero de la religión" se refleja, por ejemplo, en la atomización social, la estratificación educativa, el descenso general de la esperanza de vida y el aumento de la tasa de mortalidad infantil (o el genocidio en Gaza que perpetra Israel con armas estadounidenses y europeas). Él lo explica así: "En el actual Estados Unidos, veo en el ámbito del pensamiento y de las ideas un peligroso vacío, con el dinero y el poder como obsesiones residuales. Y estos no pueden ser ni fines en sí ni valores. Este vacío induce una propensión a la autodestrucción, al militarismo, a una negatividad endémica, en resumen, al nihilismo".

 

Siguiendo la argumentación de la obra, en medio de esta dinámica, la oligarquía liberal occidental, que sigue creyendo que "es el centro del mundo" —o que simboliza el fin de la historia universal, como diría Hegel— es la que dirige la lucha en Ucrania contra la "democracia autoritaria de Rusia", en un contexto histórico donde se han producido cambios en la geopolítica mundial a raíz de la Gran Recesión de 2008, el surgimiento del grupo de los BRICS (países emergentes con enorme potencial económico: Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) y el desprestigio y retirada de la globalización. "Rusia nunca habría resistido tan bien las sanciones si el Resto del Mundo, conminado por Estados Unidos y su bando a tomar partido, no hubiera acordado finalmente ayudar a Rusia. Occidente ha descubierto que ya no gusta. Un terrible golpe a su narcisismo", afirma Todd.

 

En la visión del politólogo francés, la fortaleza económica y la estabilidad social en Rusia derivarán en una derrota ucraniana, que a su vez se traducirá en una derrota estadounidense en términos militares, ideológicos y económicos. Y concluye: "[...] la derrota [de Occidente] es una certeza porque se está destruyendo a sí mismo más que por un ataque de Rusia".

 

 

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