Dictador sin controversias
Tras la muerte de Alberto Fujimori, varios medios de comunicación y sectores de la élite política y académica lo han retratado como un personaje "controvertido", con luces y sombras. No estamos de acuerdo con esta caracterización. Si bien es necesario evaluar los procesos históricos con rigor, la valoración de su legado debe basarse en una lectura objetiva de los hechos y en el impacto real que sus acciones tuvieron en la sociedad peruana.
Un dictador que cometió crímenes de lesa humanidad, violó los derechos humanos, destruyó la democracia y corrompió las instituciones no puede ser calificado como una figura "controvertida". Este concepto sugiere una disputa legítima de opiniones, cuando en realidad los crímenes de Fujimori no son objeto de debate ni defensa. La historia y la ley condenan sus actos, y referirse a él de esa manera trivializa la gravedad de sus delitos.
Actualmente, también se habla de "pasar la página" y promover una "reconciliación". Creemos que estos llamados solo buscan blanquear el régimen fujimorista y allanar el camino para su regreso al poder. El fujimorismo ha estructurado desde los años 90 un modelo económico, social, político, mediático y policial que sigue presente en el país.
No celebramos la muerte de nadie. Esa era la práctica del fujimorismo, encabezado por Fujimori y el Grupo Colina, y continúa con sus herederos, como se vio en 2023 con los asesinados durante el estallido social. Tampoco creemos que haya nada que celebrar. El fujimorismo sigue siendo el principal referente de la ultraderecha en Perú y ya están sacando rédito de la muerte de Alberto con miras a las elecciones de 2026, cuyos resultados buscan asegurar mediante acuerdos en el Congreso.
A pesar del fallecimiento de Alberto Fujimori, el fujimorismo sigue siendo una fuerza activa. La reciente ofensiva política hace aún más urgente desenmascarar, de manera clara y contundente, tanto lo que ocurrió en la década de los 90 como la trayectoria de Keiko Fujimori. Su estrategia ha estado marcada por la obstrucción política desde el Congreso, bloqueando reformas y debilitando la gobernabilidad. Además, el discurso centrado en el orden, la seguridad y el "terruqueo" ha polarizado el debate público y criminalizado a sus opositores.
Este discurso, heredado del régimen de los años 90, que vinculaba a sus críticos con grupos subversivos que ya habían cesado actividades, ha sido fundamental para construir un enemigo interno al que Keiko y sus seguidores recurren para movilizar a sus bases o desviar la atención de los escándalos de corrupción.
Keiko ha consolidado alianzas con sectores empresariales, mediáticos y religiosos, defendiendo el modelo neoliberal impuesto por su padre, favoreciendo intereses corporativos y concentrando el poder económico en pocas manos. A pesar de sus derrotas electorales, el fujimorismo sigue buscando el control del Estado, blindando leyes que favorecen la corrupción y el crimen organizado.
Fujimori no es un resabio del pasado, sino una fuerza política activa que sigue moldeando el presente de Perú. Entender esto es clave para enfrentar la amenaza que representa su posible retorno al poder.
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