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Alberto Fujimori, padre de la derecha radical




A raíz de la muerte de Alberto Fujimori, los liberales en los medios de comunicación opinan que fue un personaje complejo, que hizo algunas cosas buenas y otras malas. Muchos de ellos ocultan una opinión más favorable; se abstienen de decir que desestiman las malas porque las buenas les parecen muy buenas. Solo la ultraderecha glorifica abiertamente su gobierno.

 

Llamo ultraderecha a posiciones más autoritarias y anti-igualitarias que la derecha tradicional. Dentro de la ultraderecha se encuentran la extrema derecha, con posiciones anti-democráticas, y la derecha radical populista, que mal que bien (y a menudo más mal que bien) se mantiene dentro de la democracia. En lo que sigue quiero concentrarme en el legado de Fujimori para la derecha radical populista, que de ahora en adelante llamaré por comodidad derecha radical.

 

Fujimori y la derecha radical latinoamericana

 

Comencemos con una analogía: el valor de Fujimori para la derecha radical peruana es similar al valor de las dictaduras militares de los años 60 y 70 para la derecha radical en otros países latinoamericanos. Así, por ejemplo, José Antonio Katz en Chile, Javier Milei en Argentina y Jair Bolsonaro en Brasil intentan de distintos modos rescatar del discrédito a las dictaduras militares de sus países. Milei niega que haya habido 30, 000 desaparecidos durante los años en que el general Jorge Rafael Videla estaba en el poder. Kast reconoce los errores pero defiende los aciertos de lo que llama (no la dictadura sino) el “gobierno militar” de Augusto Pinochet. Y Bolsonaro no se anda con medias tintas y afirma que la dictadura militar de su país se equivocó en torturar comunistas, debió matarlos. Si Kast, Milei y Bolsonaro se toman el trabajo de comprarse el pleito por los viejos autócratas no es solo porque la “familia militar” forme parte de sus partidos o alianzas sino porque valoran la práctica de la “mano dura”. En términos prácticos, los tres valoran a líderes y gobiernos que no se dejaron inhibir por los discursos de la democracia y de los derechos humanos y se atrevieron a “hacer lo que se tenía que hacer” para aplastar la amenaza del comunismo y asegurar una política económica menos redistributiva.

 

Dicho esto, ¿quién de los autócratas mencionados podría considerarse el padre de la derecha radical latinoamericana? En realidad ninguno. Cada partido de derecha radical ubica en su respectiva nación un progenitor autocrático a su medida. Pero, al menos como un ejercicio teórico, podríamos pensar en un padre modélico para toda América Latina. Y para ello debemos primero entender un poco mejor la singularidad de nuestra derecha radical.

 Fujimori es el padre presente de la derecha radical latinoamericana. Es quien resuelve el problema de cómo negociar una voluntad dictatorial con la necesidad de preservar el sistema democrático.

La derecha radical en todo el mundo se caracteriza por ser autoritaria (apuesta por la “mano dura”), populista (divide el campo político entre un pueblo virtuoso y una élite corrupta), económicamente neoliberal (aunque reniegue del globalismo y del neoliberalismo institucional) y socialmente conservadora (se sirve de criterios étnicos, religioso y/o de género para incluir/excluir a grupos dentro del conjunto nacional).[1] La derecha radical latinoamericana encaja en esta definición, pero se diferencia de la de EE. UU y Europa Central en varios sentidos, de los cuales quiero resaltar dos. Primero, si en el Norte global la derecha radical esconde su política económica neoliberal, en América Latina lo anuncia con trompetas: piénsese cómo, en sus respectivas campañas presidenciales, Milei proponía vehementemente reducir el número de ministerios y Katz y Keiko Fujimori no vacilaron en erguirse como representantes de la defensa del “modelo económico”. Y segundo, si el conservadurismo del Norte global se basa en la exclusión de los inmigrantes, el nuestro se aboca principalmente a la defensa de la familia heteronormativa contra “la ideología de género”, lo cual implica la lucha contra el aborto, el matrimonio gay y el enfoque de género en los colegios.

 

Ahora bien, dado que la derecha radical de América Latina es neoliberal y conservadora en temas asociados al género, se podría pensar que su padre es el general Augusto Pinochet, quien, con la ayuda de los Chicago Boys, puso en práctica, por primera vez en el mundo, las teorías neoliberales, y quien, con su Constitución, puso a las mujeres en su sitio, limitando el control sobre sus cuerpos y sexualidad y confinándolas en el rol de “madres y cuidadoras de hogar”. A grandes rasgos el general Videla avanzó en una dirección similar, pero su golpe vino 3 años después del de Chile y sus reformas neoliberales fueron menos exitosas. Le corresponde a Pinochet el honor de fundar, en la práctica, el neoliberalismo conservador, 6 años antes de que Ronald Reagan y Margaret Thatcher llegaran al poder en EE. UU y el Reino Unido.

 

Sin embargo, y sin ánimos nacionalistas, creo que el verdadero padre de la derecha radical latinoamericana es Alberto Fujimori. No es que quiera negar los logros de los vecinos del sur, pero Fujimori da inició a un nuevo tipo de régimen dictatorial en América Latina que le sigue siendo útil a la derecha radical contemporánea. El 5 abril de 1992 Fujimori perpetró, con ayuda de los militares, un autogolpe que lo puso por fuera del orden democrático. Hasta aquí solo era un pálido émulo de Pinochet, pero un error de cálculo le dio la oportunidad de elevarse sobre su condición de simple copia. Ni él ni Montesinos previeron que, con el fin de la guerra fría y de la amenaza de la Unión Soviética, Estados Unidos tenía ahora un mayor interés en la reproducción de la democracia liberal en el mundo. Fujimori tuvo reflejos: viró el timón con rapidez e inauguró en América Latina una forma de gobierno que Fareed Zakaria ha llamado democracia iliberal y Steven Levitzky y Lucas A. Way autoritarismo competitivo.

Pinochet y su golpe de Estado son el pasado por el momento irrepetible, Fujimori y su autoritarismo “moderno” resuelven para la actualidad el problema de cómo persistir con la dictadura en una era “más democrática”.

A pesar de sus variaciones, ambos términos se refieren a un tipo de gobierno en el cual los representantes emplean toda clase de malas artes para perpetuarse en el poder, sin desprenderse de cierto velo democrático. Así, el gobernante corrompe jueces, congresistas, empresarios y medios de comunicación y derruye derechos liberales, humanos y laborales, pero se presenta regularmente a elecciones. Se trata de un gobierno “híbrido” donde la voluntad dictatorial se sostiene por el uso “limitado” de la fuerza y el empleo (a veces descarado) de la maniobra corrupta y parcializada de las mismas instituciones estatales. Y se trata, una vez más, del tipo de gobierno predilecto de la derecha radical en América Latina (aunque también de otras voluntades autocráticas, incluso en la izquierda del espectro político).

 

Pinochet y su golpe de Estado son el pasado por el momento irrepetible, Fujimori y su autoritarismo “moderno” resuelven para la actualidad el problema de cómo persistir con la dictadura en una era “más democrática”. Si Pinochet es el abuelo mítico de la derecha radical contemporánea, Fujimori es (a pesar de que su figura está también mitificada) el padre presente, cotidiano, el padre que resuelve para sus hijos los problemas urgentes del día a día.

 

Fujimori y la derecha radical peruana

 

Hay, en la psicología de la derecha radical, una nostalgia por un padre severo que resuelva la angustia que ocasiona la inestabilidad, el desorden o el caos de la época. Y puesto que Fujimori acabó con el terrorismo y la hiperinflación, puesto que “supo poner orden”, es solo lógico que la derecha radical peruana –y no solo la derecha radical-- lo reconozca como su padre. Aunque en realidad, más que una vuelta al orden, Fujimori da inicio a un nuevo tipo de régimen de acumulación capitalista. Es el padre fundador en el Perú del ordenamiento neoliberal.


Fujimori es, por tanto, el padre del neoliberalismo que produjo involuntariamente un neoliberalismo conservador. Lo cual quiere decir que aquel no pertenece a la derecha radical populista.

 

No obstante, Fujimori funda también un Estado mucho más corrupto que el de sus antecesores, que responde mejor a las demandas de la oligarquía, que practica el clientelismo con las masas y el empresariado emergente, que emplea todo tipo de maniobras legales y burocráticas para mantenerse en el poder, que emite mentiras que no están hechas para ser creídas (como la del Bacalao, por ejemplo) sino que tienen un valor puramente instrumental, y que, en consecuencia, produce un deterioro en la fábrica ética de la sociedad hasta el punto en que la solidaridad se convierte en babosería y la pendejada en virtud. En ese sentido, Fujimori parece menos el nombre de una puesta en orden que de la anomia social. Parece ser el padre fundador del “vale jugar sucio”, “los ganadores siempre tiene razón”, “los perdedores que se arreglen como puedan” y “miente miente que algo queda”.

 

No quiero decir con esto que Fujimori ordenó por un lado y desordenó por el otro. Ni que sanó la economía y acabó con el terrorismo pero que también fue corrupto. Ni que fue un personaje complejo con aciertos y desaciertos como cualquier ser humano. Independientemente de que haya sido simple o complejo, bueno o malo, quiero decir más bien que Fujimori es el padre fundador de un orden en el cual la competencia capitalista se hace una con la corrupción.

 

En términos psicoanalíticos, Fujimori no es el padre que instaura una ley a la cual todos se someten por igual. No es el padre de un sentido del mundo compartido que pacifica a los individuos. Fujimori es el padre que lanza al hijo a un mundo convulso que él mismo ha ayudado a construir y le dice: “Sobrevive como puedas, sobresal como mejor te parezca, pero no se te ocurra quejarte”. En otras palabras, es el padre que trasmite implícitamente un imperativo a ganar y a gozar, y que, en este preciso sentido, se asemeja al padre gozador de Tótem y Tabú de Sigmund Freud.

 

Evidentemente, no todos pueden o quieren vivir en un mundo así. Si bien hemos tenido que aprender a adecuarnos a él, la injusticia y la falta de sentido colectivo producen rabia y angustia y por tanto se enuncia el llamado a que alguien o algo restituya el orden y la justicia. Dada su debilidad y desorientación, la izquierda contemporánea no puede responder al llamado. Y, entonces, en su reemplazo, la que responde es la derecha radical y lo hace más o menos así: “Yo reconozco tu malestar, pero este no es producido por el sistema neoliberal sino por los comunistas que quieren dinamitarlo todo, por los caviares que lucran del Estado con embustes progresistas, por las comunidades indígenas que se resisten atávicamente al progreso, por los extranjeros que traen la criminalidad al país y por los militantes de la ideología de género que atentan contra la vida y quieren homosexualizar a nuestros niños”. En otras palabras, la derecha radical transforma la furia contra el sistema en la furia contra villanos de opereta.

 

Fujimori es, por tanto, el padre del neoliberalismo que produjo involuntariamente un neoliberalismo conservador. Lo cual quiere decir que aquel no pertenece a la derecha radical populista que hemos descrito arriba. Como lo ha estudiado Cecilia Blondet, Fujimori hizo cierto espacio para la colaboración de organizaciones feministas. Y, de hecho, fue en su gobierno que se creó el Ministerio de la Mujer. Sería errado calificar a su gobierno de progresismo neoliberal, pero sin duda no era el neoliberalismo conservador que vemos hoy. Sin embargo, su hija Keiko sí se ha inscrito dentro de la derecha radical desde que, en la elección del 2016, se acercó a los evangelistas y declaró que ella y Fuerza Popular, el partido fundado por su padre, representaban la defensa de la familia. De lo cual se sigue que Alberto Fujimori es literalmente el padre de la derecha radical en el Perú. Es el padre de Keiko Fujimori, quien asumió la postura de la derecha radical antes de que Rafael López Aliaga apareciera en escena.

 

Y sin embargo…

 

Recapitulemos. Fujimori es el padre presente de la derecha radical latinoamericana. Es quien resuelve el problema de cómo negociar una voluntad dictatorial con la necesidad de preservar el sistema democrático. Fujimori es también el padre gozador del (des)orden neoliberal en el Perú que produce individuos vejados y angustiados que espontáneamente hacen un llamado al orden. Y es el padre real de una hija que responde a ese llamado con la receta de la derecha radical contemporánea: populismo, autoritarismo, neoliberalismo y conservadurismo social.

 

Y sin embargo, y a pesar de lo expuesto arriba, Fujimori no es tan importante como pudiera parecer. Hay que conocer su paso por la historia del Perú, pero no hay que fetichizar su figura, como se ha venido haciendo después de su muerte desde ambos lados del espectro político: mientras la derecha mitifica su figura como salvador de la patria, la izquierda lo mitifica como el que la destruyó. Hay que tener en claro que Fujimori es hijo de coyunturas que exceden ampliamente su iniciativa o previsión. La instauración del neoliberalismo con “mano dura” contra el comunismo era una reelaboración del Plan Verde diseñado por los militares a fines de los ochenta. Y tanto el orden caótico como el posterior llamado al orden justo son consecuencias habituales de la implementación del neoliberalismo en países en vías de desarrollo.

 

Para el psicoanalista Jacques Lacan el loco no es solo el mendigo que cree que es rey, es el rey que cree que es rey. Es el rey que no sabe diferenciar su persona del lugar del rey en la estructura social. Fujimori sí supo hacer esa diferencia: apenas se dio cuenta que la estructura que lo sostenía se había desplomado en el Perú, huyo a Japón. Años después, la nostalgia del poder lo hizo olvidar la diferencia, creer que el rey era su persona y regresar para tomar el poder, cual el Napoleón de los 100 días que doblegó a las primeras tropas que lo querían arrestar con estas palabras: “Si alguno de ustedes es capaz de dispararle a su emperador, hacedlo ahora”.

 

Con todo, Fujimori fue, en su prime, un individuo hábil y astuto que supo adaptarse a lo que se le impuso. Fue un individuo talentoso que supo ocupar el lugar estructural del Padre o del Amo en un proceso internacional que buscaba modificar el régimen de acumulación capitalista. Y el fujimorismo actual es parte de un proceso que aspira a salvar el neoliberalismo inventando enemigos de la nación, entre ellos, el menos creíble por ser inexistente, el comunismo. A lo cual hay que añadir que el fujimorismo ya no necesita ni de los Fujimori ni del partido fujimorista. En la elección del 2021 hubo dos (tal vez tres) agrupaciones políticas de la derecha radical que pelearon por llegar a la segunda vuelta. Si asumimos que el fujimorismo es nuestro nombre peruano para la derecha radical, y esta es actualmente nuestra derecha hegemónica, debemos concluir que el fujimorismo está ya en el poder sin que Keiko Fujimori haya llegado a la presidencia ni que Fuerza Popular tenga mayoría en el congreso.

 

El colectivo No a Keiko se ve obligado a redefinirse, al menos a cambiar de nombre. Su verdadero enemigo es mucho más grande y fuerte que la hija del amado y odiado dictador: ese autócrata que amamos odiar para no tener que alzar los ojos y ver que su figura no solo ha crecido sino que también se ha diseminado cual un ominoso enjambre que oscurece el horizonte.

 

 

Bibliografía

 

Blondet, C. (2012). El encanto del dictador. Mujeres y política en la era de Fujimori. Lima: IEP


 Levitsky, S. y Way, L. A. (2004). Elecciones sin democracia. El surgimiento del autoritarismo competitivo. Estudios políticos, 24, 159-176. https://doi.org/10.17533/udea.espo.1368 


Ubilluz, J. C. (2024). De cómo la singularidad de la derecha radical populista en América Latina permite repensar a la derecha radical populista global. https://goo.su/K6oKp


Letras (Lima), 95 (141), 12-39.  https://doi.org/10.30920/letras.95.141.2 

 

Zakaria, F. (1997). The Rise of Illiberal Democracy. Foreign Affairs, 76(6), 22-43. https://doi.org/10.2307/20048274 

 

 

[1] Sobre el tema, ver mi artículo “De cómo la singularidad de la derecha radical populista latinoamericana permite repensar a la derecha radical populista global”. El link para acceder al artículo se encuentra en la Bibliografía.

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