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Abuso de poder en pareja: el caso de Mazan, Francia



El juicio que se abrió el lunes 02 de setiembre en Avignon, Francia sobre el caso conocido como "las violaciones de Mazan" ha generado un profundo impacto, no solo por la crudeza de los hechos, sino por las preguntas inquietantes que surgen acerca de cuántas mujeres podrían estar viviendo situaciones similares sin siquiera sospecharlo.


Gisèle Pélicot, en 2020 a sus 68 años, descubrió que durante una década fue drogada por su propio esposo y abusada sexualmente por decenas de hombres que él había contactado a través de internet. Lo que inicialmente parecía una investigación por grabaciones clandestinas en un centro comercial reveló una trama de abusos sistemáticos, poniendo en evidencia la violencia oculta tras la fachada de una relación de pareja aparentemente convencional.


Este caso expone una de las formas más aberrantes de violencia de género: aquella que convierte a las mujeres en objetos sin posibilidad de resistencia, anulando completamente su capacidad de defenderse o expresar su voluntad. Gisèle Pélicot fue drogada y violada por decenas de hombres a lo largo de diez años, bajo la complicidad y planificación de su esposo.


Estos actos no solo son criminales, sino que representan un tipo de violencia extrema que despoja a la mujer de su dignidad más básica, reduciéndola a un mero cuerpo a disposición de otros. Este sometimiento absoluto coloca a la víctima en una posición de indefensión total, incapaz de resistir o siquiera comprender lo que le estaba sucediendo.


Esta forma de violencia no es simplemente un caso de abuso sexual, sino una manifestación profunda de la dominación patriarcal, donde el cuerpo de la mujer es considerado un objeto de consumo. Aquí, la violencia va más allá de la agresión física o sexual: se trata de un ataque directo a la autonomía, a la humanidad de la mujer, que es convertida en un objeto carente de derechos, de voluntad, de vida. No es solo la violación del cuerpo lo que está en juego, sino la negación total de su condición de persona.

Simone de Beauvoir ya advertía sobre esta cosificación en El segundo sexo, al señalar que las mujeres han sido históricamente tratadas como "El Otro", como lo inesencial, la que existe en función del hombre. En este caso, los violadores, plenamente conscientes de sus actos, actuaron sin escrúpulos, sabiendo que Gisèle no podía oponerse ni defenderse.


Este abuso de poder no se puede justificar en ninguna circunstancia, porque no es el producto de una enfermedad o una desviación y no tiene nada que ver con una relación erótica, sino de una cultura que ha legitimado durante siglos la subordinación de las mujeres. Los 51 acusados, de profesiones tan diversas como bomberos, enfermeros o periodistas, respondieron a una misma lógica de dominación: lo que Celia Amorós describe como el pacto patriarcal, donde los hombres se apoyan mutuamente en prácticas que sostienen su poder sobre las mujeres. Amorós expone que, en el imaginario patriarcal, se considera "natural" que los hombres tengan una posición de superioridad y, por lo tanto, el derecho de acceso al cuerpo femenino.


El caso de Mazan nos indigna profundamente porque nos muestra lo que ocurre cuando la violencia patriarcal alcanza sus límites más extremos: cuando ya no se trata de manipulación emocional o coerción, sino de la anulación completa de la voluntad y la dignidad de la mujer. Esta violencia de género no es accidental ni excepcional, sino parte de un sistema que sigue poniendo a los hombres en una posición de superioridad, permitiéndoles usar y disponer de los cuerpos de las mujeres.


Los agresores en este caso no pueden alegar ignorancia ni impulsos incontrolables; sabían exactamente lo que hacían y lo hicieron conscientemente, aprovechándose de un pacto implícito entre ellos que perpetúa la cosificación y el abuso. Ellos La colocaron en una posición de vulnerabilidad extrema, donde la violación se volvió sistemática y recurrente, sin que ella pudiera siquiera imaginar lo que le estaba sucediendo.


Este caso, no es solo una cuestión de justicia penal para castigar a los culpables, sino una llamada a desafiar un sistema que sigue cosificando y deshumanizando a las mujeres. Lo que este juicio revela es la urgencia de enfrentar no solo a los perpetradores directos, sino también a las estructuras que permiten y fomentan la subordinación de las mujeres.


¿Cuántas mujeres, sin saberlo, están siendo utilizadas de manera similar por aquellos en quienes confían? ¿Cuántas son abusadas, sin recordar nada, debido a sustancias que anulan su capacidad de resistir? El caso de Gisèle nos recuerda que la lucha feminista no es solo contra los actos aislados de violencia, sino contra un sistema en el que las mujeres siguen siendo vistas como objetos disponibles para el uso y abuso por parte de los hombres.



Referencias bibliográficas



-          Amoros, Celia (2008) Mujeres e imaginarios de la Globalización, Rosario, Homo Sapiens Ediciones

-          Beavoir, Simone de (2005) El segundo sexo, 2ª ed. Buenos Aires, Sudamericana.

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